Silobolsas y agrotóxicos, una combinación que aumenta el impacto socioambiental
septiembre 29, 2021
Sección: Agronegocio
Una investigación de la Universidad Nacional del Litoral analizó el riesgo para la salud y el ambiente que implican los desechos de las bolsas de acopio. Degradadas en microplásticos, con alto poder de adherencia de agrotóxicos como el glifosato y el glufisonato de amonio, se diseminan en los campos y hasta en los cursos de agua.
Entrevista a Rafael Lajmanovich sobre los peligros de Glufosinato de amonio
Subcoop

Por Mariángeles Guerrero

La contaminación por el uso de plásticos ha sido investigada sobre todo en los ámbitos urbanos, pero ¿qué ocurre en el campo? Un estudio reciente de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y del Conicet se propuso analizar la interacción entre los microplásticos de los silobolsas y agrotóxicos como el glifosato y el glufosinato de amonio. Los silobolsas, utilizados para el almacenamiento de granos, están compuestos por polietileno: su destrucción genera microplásticos que se diseminan por el campo y que también pueden llegar a los cursos de agua. Pero además, tienen un alto poder de adherencia, con lo cual absorben las moléculas de plaguicidas usados para producir los granos que conservan, generando una nueva sustancia aún más tóxica.

«Glifosato y glufosinato de amonio, herbicidas comúnmente utilizados en cultivos modificados genéticamente y su interacción con microplásticos: Ecotoxicidad en renacuajos de anuros» es el título de la investigación que encabezó el biólogo Rafael Lajmanovich, junto a su equipo de trabajo para entender el impacto de la combinación de plásticos y agrotóxicos en anfibios. Los científicos que acompañaron el estudio fueron Andrés Attademo, Germán Lener, Ana Cuzziol Boccioni, Paola Peltzer, Candela Martinuzzi, Luisina Demonte y María Repetti.

¿Qué pasa con los agrotóxicos en las silobolsas?

La decisión de estudiar a anfibios está basada en dos fundamentos. El primero es que estos animales son considerados «organismos bioindicadores». Su alta sensibilidad a la presencia de los tóxicos los convierte en sistemas de alerta. Por sus características biológicas pueden servir para predecir las consecuencias de la exposición a sustancias tóxicas de otros vertebrados. «Los efectos detectados en los anfibios se pueden determinar como efectos que se van a detectar en otras poblaciones de animales e incluso en las poblaciones humanas«, explicó Lajmanovich en diálogo con Tierra Viva.

A diferencia de otros animales, como ciertos peces, los anfibios viven en pequeños cursos de agua. «En los pequeños cursos de agua el riesgo toxicológico es mayor, porque las concentraciones son mayores. En general, todas las regulaciones ambientales están hechas en base a los residuos o las trazas de herbicidas halladas en los grandes cursos de agua», señaló el entrevistado. A su vez, recordó que los agrotóxicos llegan a esos espejos de agua a través de correntías, lluvias o vientos.

Para esta investigación, se evaluó la toxicidad producida en renacuajos, luego de haberlos expuesto durante 48 horas a distintas concentraciones de glifosato y de glufosinato de amonio, tanto de manera individual como combinados con microplásticos. En el tercer caso, en la combinación de los plaguicidas y plástico, comprobaron que los efectos eran aún más tóxicos. En base a eso, se realizaron modelos computarizados de las nuevas moléculas generadas a partir de la interacción entre los químicos y el polietileno.

Lajmanovich destaca el gran poder de adherencia de los plásticos del silobolsa, que absorben los tóxicos con los cuales entra en contacto, y, una vez desechado, sus micropartículas contaminan ecosistemas terrestres y acuáticos. Se trata de vehículos de los agrotóxicos con un bajo poder de degradación y una alta posibilidad de disolverse en partículas muy pequeñas. «Son residuos que se están viendo cada vez más», señaló Lajmanovich.

Silobolsas para el acopio de neurotóxicos y genotóxicos

La investigación de la interacción química entre el plástico de las silobolsas y otras sustancias se centró en dos agrotóxicos específicos: el glifosato y el glufosinato de amonio. Este último está ligado, por ejemplo, al desarrollo del trigo transgénico HB4, que se promociona como resistente a la sequía y a la implementación del glufosinato de amonio, más tóxico que el glifosato. Tal como explica Lajmanovich, el glufosinato de amonio está reemplazando cada vez más al glifosato, por las resistencias que generan las plagas y malezas ante la expansión de su uso. «El glufosinato de amonio ha demostrado ser 500 por ciento más tóxico que el glifosato en concentraciones letales y es aún más neurotóxico. Otros trabajos anteriores demostraron que también tienen un gran poder de genotoxicidad, aún mayor que el del glifosato», indicó el biólogo.

La neurotoxicidad implica limitaciones en el impulso nervioso del organismo expuesto a las sustancias tóxicas. En los renacuajos analizados, esto se traduce en dificultades para el desplazamiento y la natación. Ese perjuicio a la salud del animal lo expone a ser presa fácil de otras especies como las aves, además de dificultar su posibilidad de conseguir alimento. Se trata, en palabras de Lajmanovich, de «una muerte biológica» que tiene impacto sobre la totalidad del ecosistema. Pero además, la genotoxicidad implica que esos efectos se inscriben en el ADN de los especímenes y las dificultades pueden ser heredadas por las generaciones siguientes.

Lajmanovich explicó que «cuando se realizan estos estudios no solo se tienen en cuenta los principios activos, el glifosato o el glufosinato de amonio, sino también los formulados comerciales, ya que ninguno de estos productos se utiliza en forma de principio activo sino que se utiliza como formulación comercial». En esa formulación comercial, tanto el glifosato como el glufosinato de amonio son mezclados con otros químicos desconocidos, ya que las industrias fabricantes se reservan el derecho de hacer pública la receta de sus formulados.

Alternativas para revertir la especulación y el impacto ambiental

Los silobolsas comenzaron a utilizarse hacia 2001, en pleno auge de la soja transgénica y de la expansión del uso de agrotóxicos. Esta forma de almacenamiento elimina el oxígeno y permite que los cereales puedan conservarse hasta dos años en buen estado. En julio de 2020, el medio Chequeado entrevistó al ingeniero agrónomo Cristiano Casini, uno de los pioneros en impulsar esta tecnología en campos argentinos. En dicha nota, Casini afirmó: “La gente guardaba el cereal para esperar y sacar mejor resultado. Los vecinos empezaron a verlo y el boca a boca hizo que se expandiera. Desde entonces no paró de crecer».

Lajmanovich afirma que hoy se producen una diez mil toneladas de silobolsas al año. Se trata de una técnica ligada a la especulación económica que regula la producción y venta de commodities en nuestro país. El informe sobre el estudio realizado en la UNL sostiene que son necesarias «compensaciones económicas» para resolver esta forma de acopio que genera impactos negativos en el ambiente y la salud.

Consultado sobre el punto, Lajmanovich argumentó: «Todos saben que Argentina depende de la producción de granos para su balance económico y se está viendo muchas demostraciones de este tipo de práctica que está generando pasivos ambientales. Habría que ir revirtiendo este tipo de prácticas: una de las formas son las ‘compensaciones económicas’ para quienes usan tecnologías más limpias«.

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