Por Nahuel Lag
“Una matriz diferente para generar un nuevo mundo y un nuevo modo de hacer agricultura: eso es la agroecología”, sostiene Santiago Sarandón, presidente de la Sociedad Argentina de Agroecología (SAAE), de cara al II Congreso Argentino de Agroecología, que se realiza en Resistencia, Chaco. El Congreso permite dar a conocer los avances en prácticas, investigaciones y educación de la agroecología en el país, paradigma que Sarandón ubica en dos etapas simultáneas: de expansión de la actividad y de “cooptación” por parte de las entidades del agronegocio. Por eso, considera fundamental la formación de conciencia crítica frente al “discurso hegemónico que se está derrumbando por mostrar síntomas inequívocos de agotamiento” y la propuesta de la agroecología: “Un cambio total en la manera de concebir la agricultura, la ganadería y la relación del ser humano con la naturaleza”.
Sarandón, en diálogo con Tierra Viva, señala que existe una disputa frente a los impactos negativos del actual modelo de agronegocio en la salud y el ambiente. Un sector busca minimizar las consecuencias mediante la profundización del mismo modelo (nanotecnología, drones, nuevos transgénicos y más pesticidas) y, por otro lado, están quienes buscan un cambio radical del modelo de producción. Afirma que esa disputa está planteada a nivel internacional, nacional, provincial y municipal, y lo valora como un gran logro. “Hay que entender que la agroecología en todo Latinoamérica se generó, creció, se desarrolló y expandió de abajo para arriba. No fue producto de ninguna decisión política”, señala.
Ese “desde abajo” se reflejará en los 400 trabajos presentados para el Congreso, las tres conferencias magistrales —que se pondrán seguir en vivo—, las 25 mesas temáticas, los 18 talleres y la exposición de libros y herramientas, donde se reflejarán las experiencias académicas, científicas, campesinas e indígenas en torno a esta modelo productivo. El presidente de la SAAE destaca la recuperación del vínculo de la academia con la producción familiar, campesina e indígena como garantía de un saber de manejo diversificado de la biodiversidad y como los principales productores de alimentos de la región.
“No hay otra opción seria de poder plantear sistemas agroalimentarios para un futuro cercano, la agroecología ofrece la alternativa viable”, asegura Sarandón, aunque se considera “realista” y plantea que la “disputa de poder” será extensa y “va a llevar un tiempo lograr el cambio de paradigma”.
En ese sentido, el Congreso, que comenzó a prepararse en junio pasado, está convocado por una amplia gama de organizaciones sociales, campesinas, académicas y universidades y organismos de gobierno, que se reflejarán en la presencia del flamante ministro de Agricultura, Julián Domínguez, en el acto inaugural. Sarandón considera que la Dirección Nacional de Agroecología, encabezada por Eduardo Cerdá, y bajo la órbita de Domínguez, es un “reconocimiento excelente de la importancia que tiene la agroecología dentro del mundo agropecuario” y sostiene que los primeros pasos del cambio de paradigma serán de “coexistencia” con el modelo hegemónico, por lo que proponer “aprovechar los espacios de poder para demostrar la seriedad, la viabilidad de la agroecología”.
—¿Aunque el sistema de siembra directa y el paquete químico tiene 30 años en el país parece, en el discurso hegemónico de entidades, empresas y gobiernos, que es el único posible de aplicarse? ¿Qué nuevas experiencias y respuestas pudieron recabar desde la perspectiva agroecológica en los trabajos para el Congreso?
—Este discurso hegemónico se está derrumbando por mostrar síntomas inequívocos de agotamiento. Lo que está motivando y ayudando a un replanteo, y viene con fuerza desde la agroecología, es la percepción de que muchos de los problemas ambientales y sociales que se están viendo relacionados al modelo de agricultura actual: resistencia a malezas, resistencia creciente de insectos, de plagas, de enfermedades; costos crecientes, deterioro de los suelos, pérdida de fertilidad de los suelos, contaminación de acuíferos, de cuerpos de agua, de alimentos y de personas. Son síntomas inequívocos de un modelo agotado. Un modelo basado en la productividad, en el corto plazo, en valorar las cosas a través de un precio, un modelo mercantilista que no reconoce los servicios ecológicos que le puede prestar a la sociedad los bienes comunes. Ahí está el gran problema y, de alguna manera, más que la suma de experiencias exitosas es la percepción del agotamiento lo que le da fuerza a los movimientos alternativos, entre los que se encuentra la agroecología. La agroecología aparece como una respuesta, como un nuevo paradigma que intenta resolver el problema de raíz. No se trata de mejorar las técnicas, de hacer más eficiente la aplicación, sino de una revolución del pensamiento que replantee el diseño y el manejo de los sistemas productores de alimentos, que ya cuenta con experiencias exitosas que le dan más fuerza.
—Una de las mesas del Congreso se titula “Desafíos de la introducción del enfoque de la agroecología en la formación de profesionales de las ciencias agrarias” y usted está a cargo. ¿Sómo se traduce ese discurso hegemónico del agronegocio hoy dentro de las universidades y entre sus estudiantes?
—Es un tema muy interesante porque las universidades son entidades que tienen un rol estratégico en la formación de recursos humanos. Gran parte de las personas que investigan, hacen trabajos de extensión, los y las docentes que replican los conocimientos en las instituciones de educación agrícola superior son formadas en las universidades. Hay una disputa de modelos. Por un lado, el modelo hegemónico, de gran arraigo, que viene de años de formar gente en este enfoque productivista, de rendimiento y corto plazo. Pero, en simultáneo, las universidades están siendo permeadas, cuestionadas desde adentro, y hay fuerzas de distinto peso y de distinto arraigo en muchas universidades que proponen la agroecología. Desde cátedras libres, más formales o programas de especialización y posgrados. En los últimos años esto ha explotado, ha tenido un gran desarrollo producto de muchos años de permear estas instituciones que tienen mucha inercia, pero que claramente están yendo hacia la agroecología. Es un cambio de conocimiento, de concepción, filosófico, de actitud y ética.
—Entidades que defienden el modelo actual, como Aapresid y las multinacionales, empiezan a incorporar la palabra “sustentabilidad” e incluso “agroecología” en su vocabulario y lo hacen con discursos sobre “innovación” y “tecnología”: ¿Cómo se ubican estos discursos en los planteos de “transición agroecológica” que se impulsan desde el Congreso?
—Lo vemos como un triunfo. Una indicación clara de que la agroecología viene como un movimiento imparable, como un vendaval. Esto atravesó por tres etapas. La primera fue la negación: "Esto no tiene entidad suficiente, ni siquiera lo combato". Al percibir que eso no les funcionaba, vino el combate: "La agroecología no es científica, no va a alcanzar la alimentación". Como esos argumentos tampoco funcionaron y la agroecología siguió creciendo, vino la etapa de la cooptación. Subirse al tren de que todo es agroecológico. Aquí el rol de las sociedades de agroecología, los congresos, la formación universitaria, escolar y no formal es crear un espíritu crítico, que sepa separar el discurso de quienes plantean un nuevo modelo y quienes quieren mantener el viejo modelo con un barniz ecológico. Los congresos son para esto, discutir y plantear qué tecnología son, realmente, basadas en un nuevo enfoque y cuáles perpetúan el modelo, aunque minimicen los daños. Hoy ya no se discute el impacto del modelo hegemónico sino cuál es la alternativa. Están quienes proponen seguir con el mismo paradigma, sin cambiar nada, solo mejorando la eficiencia para minimizar los daños a partir de propuestas como nuevas plantas transgénicas, drones y nanotecnología. Y, por otro lado, está la agroecología que propone una revolución del pensamiento que apunta a no solucionar el síntoma sino resolver el problema: un cambio total en la que se concibe la agricultura, la ganadería y la relación del ser humano con la naturaleza.
—¿Cómo describiría la situación actual de la agroecología en la Argentina? Según el último censo agropecuario, se relevaron 2309 establecimientos considerados agroecológicos en todo el país, sobre un total de 249.663.
—El estado de la agroecología en la Argentina para mí es excelente. Creo que el problema está en las expectativas. ¿Qué es lo que estamos tratando de hacer? Cambiar un paradigma y no una técnica. No estamos tratando de modificar una manera, una tecnología, un producto. Un cambio de paradigma demora mucho tiempo, implican una deconstrucción y reconstrucción conceptual en todos los actores y actrices. Productores, productoras, extensionistas, investigadores. El presente actual era impensado hace 25 años, superó nuestras expectativas y estamos en una etapa exponencial. Está presente la percepción de que hay otro modelo posible, que hay sistemas productivos basados en la agroecología que se pueden visitar, donde se produce bien, hay alegría y permite obtener ganancias. Son la demostración de una etapa de expansión. El número que hoy tengamos de establecimientos que se consideran agroecológicos o no, no es lo fundamental.
—La agroecología es una bandera para las organizaciones de productores hortícolas, la agricultura familiar y campesina, ¿qué rol ocupan hoy en la realidad agroecológica del país y en el Congreso?
—La agricultura familiar, campesina e indígena es una de las bases de un nuevo modelo. Los sistemas productivos basados en la vivencia en el lugar pueden desarrollar por prueba y error, por sistemas empíricos de conocimiento, formas adecuadas de manejos ecológicos muy eficientes. La agroecología requiere un manejo más diversificado, un manejo de la biodiversidad in situ y eso es garantizado por la agricultura familiar campesina e indígena. Esto tipo de agricultura no implica un modelo de subsistencia y es la más numerosa de toda América Latina: entre el 70 y el 80 por ciento de los agricultores y agricultoras pertenecen a esta categoría, el error es haberlos dejado de lado. Y, además, son los que producen alimentos y no commodities para obtener dinero. Son esenciales y uno de los aportes de la agroecología es haber reconocido a un actor invisibilizado e incluso considerado como ineficiente. Este sector ocupa un lugar central en el Congreso y en la Sociedad Argentina de Agroecología tienen voz y voto. Es un vínculo que tenemos que recrear, entendernos, dialogar y sabernos constructores de conocimientos desde lugares distintos. El Congreso es el escenario para esto y es donde se visibilizan los relatos de experiencias. Hemos tenido seminarios previos para fomentar las presentaciones de la agricultura familiar y los movimientos. Es fundamental su rol y recuperar la relación con la academia y con la ciencia que nunca se debió haber perdido, porque es muy fructífero para ambas partes.
—El Congreso lo va a abrir el ministro Julián Domíguez, quien lanzó la Ley de Agroindustria e hizo una defensa cerrada de la biotecnología aplicada a transgénicos: ¿qué esperan de su gestión en materia de agroecología? En particular sobre las políticas de la Dirección de Agroecología que fue una novedad cuando llegó el Frente de Todos al Gobierno.
—Hay que entender que la agroecología en todo Latinoamérica se generó, creció, se desarrolló y expandió de abajo para arriba. No fue producto de ninguna decisión política sino que los gobiernos van aceptando e incorporando la agroecología, como pasa en muchas universidades, al percibir su crecimiento, las personas que la desarrollan, el incremento de números de agricultores, la formación académica y los artículos. La Dirección Nacional de Agroecología ha sido un reconocimiento excelente de la importancia que tiene dentro del mundo agropecuario. En todos los países ha coexistido con otro modelo. La percepción es que los gobiernos permiten la existencia de algo parecido a la agroecología y la agricultura familiar, pero manteniendo un modelo agroindustrial de alto uso de insumos, con organismos genéticamente modificados y el uso de pesticidas. Esta es la dualidad, es producto de una disputa de paradigmas. Creo que todavía no están dadas las condiciones para que ningún país tome la agroecología como el único camino. No lo veo políticamente posible por la relación de fuerzas.
—¿Y cuáles son las expectativas para un cambio de modelo?
—La expectativa que tenemos es que la agroecología sustituya a este paradigma depredador, injusto, que está destruyendo los recursos, los bienes comunes, que es peligroso, utiliza plaguicidas y no asegura la soberanía alimentaria. Eso va a llevar mucho tiempo. Creo que lo que va a suceder en países, regiones, provincias y municipalidades es que los primeros pasos serán de coexistencia. Tenemos que aprovechar los espacios de poder para demostrar la seriedad, la viabilidad de la agroecología y el Congreso va en esta dirección. La agroecología es la alternativa más seria para modificar los sistemas agroalimentarios. Porque no hay dudas que hay que replantear el sistema agroalimentario y la agroecología ofrece la alternativa viable. Somos realistas, es una disputa de poder y va a llevar un tiempo lograr el cambio de paradigma.
—A nivel internacional tanto en las discusiones que se dieron en el Comité de Seguridad Alimentaria a principio de año o en la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios el mes pasado, la Argentina defendió el status quo del actual sistema agroalimentario mundial: ¿Cómo evalúa esas posiciones a la luz de la realidad alimentaria y ambiental global? ¿Qué acciones a nivel local podría impulsar el Estado para comenzar a modificarlo con una perspectiva agroecológica?
—Muchos países tienen esta dualidad e incluso instituciones como la FAO tienen gente que defiende el modelo actual, que considera que producir más alimentos requiere de más tecnología, más sofisticada, presionar más sobre el paradigma actual: drones, nanotecnología, más eventos transgénicos. La disputa es a nivel internacional y hemos logrado muchísimo al introducir en el debate mundial al movimiento agroecológico, que no estaba presente hace 15 años atrás. El percibir que es posible, por un lado; y las consecuencias cada vez más claras del otro modelo es lo que nos va a llevar en el camino correcto. Confiamos en que vamos en el buen camino y, justamente, la creación de la Sociedad Argentina de Agroecología —que posibilitó un primer congreso y ahora un segundo— la creación de sociedades de Agroecología de Brasil, Chile y México; y la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (Socla) muestran un panorama que no teníamos hace años y una fortaleza de base. Además, la relación con los movimientos sociales, grupos de agricultores familiares e indígenas está reconstituyendo una matriz diferente para generar un nuevo mundo y un nuevo modo de hacer agricultura. Eso es la agroecología. Por eso, los que estamos en esto, a pesar de saber dónde estamos parados, somos extremadamente optimistas. Estamos construyendo un nuevo mundo.