Por Silvia Ribeiro para Desinformémonos
Alimentarnos, comer, es mucho más que un acto para sobrevivir. Es un entramado de relaciones, de culturas, de historias, de saberes, de formas de gustar, de compartir en comunidad. Al mismo tiempo, la invasión creciente de las corporaciones en cada uno de los elementos que integran los sistemas alimentarios ―desde las semillas a los supermercados, pasando por las formas de acceder y consumir los alimentos― ha convertido este acto vital en un campo de disputa y de sujeción a sus ambiciones de lucro, a costa de la salud de las personas, el ambiente y los animales. A partir de la década del 2000, es también uno de los mercados más grandes del mundo en tamaño.
La investigación “Alimento como trama de vida. Configuraciones socioeconómicas en el Uruguay contemporáneo” da cuenta de esa disputa, en un pedacito de la historia reciente en ese país, sobre todo durante la pandemia de Covid 19. El trabajo incorpora miradas y respuestas creativas de organizaciones barriales, sociales y de productores y productoras familiares. Es un estudio interdisciplinario y plural, coordinado por Anabel Rieiro, en colaboración con Adriana Cauci, Camilo Zino, Daniel Pena, Diego Castro, Fernanda Risso, Florencia Muniz y Leticia Pérez, investigadores de la Universidad de la República (Udelar). Aporta una valiosa combinación de datos estadísticos e informes con entrevistas a integrantes de ollas populares en un barrio de Montevideo y de una experiencia de mercado de productos agrícolas en una zona rural.
Tramas comunitarias ante la pandemia de hambre
Con parte del mismo grupo de investigadores, Anabel Rieiro ya había documentado anteriormente la emergencia de ollas populares en Uruguay, que se formaron o fortalecieron como respuesta a la pandemia de Covid 19. Un trabajo suyo, publicado en 2021, señala que “cerca de 700 experiencias de ollas populares y merenderos emergieron y fueron registradas en 2020. Las experiencias nacieron de tramas comunitarias y afectivas (muchas veces preexistentes) en los más variados territorios. Atravesando medidas de aislamiento preventivo, personas, organizaciones sociales, políticas, culturales, deportivas, sindicales, vecinos y vecinas, amigos y amigas, encontraron la forma de autoorganizarse para proveer alimentos, gestionar su preparación, así como su distribución, garantizando 'el pan' para ellos y ellas y otras personas que estuvieran pasando dificultades alimenticias. Se sirvieron aproximadamente 8 millones de platos entre marzo y julio de 2020, gracias a la participación de más de 6100 personas (57 por ciento, mujeres)”.
Tal como ha sucedido en otros países, las respuestas a la pandemia desde abajo fueron fundamentales para apoyarse y superar la falta de alimentos. Pero lejos de ser solamente una fuente de alimento, también fueron espacios de organización, de encuentros, apoyo material y emocional, de imaginar realidades diferentes.
La pandemia puso de manifiesto la falta o parcialidad de las políticas públicas, que solo ven el tema de los alimentos como dar comida a los pobres, sin pensar en la calidad nutricional u otras, afirmando así también un modelo de producción industrial y contaminante. Como expresan en el documento recientemente publicado, la pandemia fue como un “curso intensivo de identificar conexiones”.
En el informe destacan que los alimentos ultraprocesados representan el 25,8 por ciento de las calorías consumidas por la población en 2022. Al mismo tiempo, 16,5 por ciento de la población está en inseguridad alimentaria por escasez.
Una industria concentrada y contaminante
Aunque Uruguay es un productor de alimentos, gran parte de la producción se exporta y en contrapartida, se importan productos procesados. Por ejemplo, en el caso de la pesca, se exporta el 65 por ciento, mientras que el mismo número se importa en productos enlatados para el consumo.
Al igual que a nivel global, la concentración corporativa en el sector agroalimentario es fuerte: desde las semillas comerciales a los insumos, muy pocas empresas dominan la mayoría del mercado. En el caso de los mayores commodities de Uruguay, como el arroz, el 74 por ciento está en manos de cuatro empresas extranjeras. El 51 por ciento de la producción de cítricos está en manos de tres empresas. Cinco firmas controlan el 70 por ciento de los frigoríficos.
En un país que tuvo que tomar agua salada por falta de agua potable, la huella hídrica de cuatro industrias de exportación dedicadas a la soja, la ganadería, las plantaciones forestales y el arroz consume 61 veces más agua que el agua potabilizada para consumo humano.
El estudio explica que el modelo agroexportador favorece la agricultura transgénica y que con ella ha aumentado notablemente la contaminación con agrotóxicos del ambiente y de los alimentos. Pese a ello, a los investigadores les fue difícil, y a veces imposible, conseguir información detallada sobre la presencia de agrotóxicos en los alimentos. La razón es que los datos de residuos en alimentos son inexistentes o están ocultos, a pesar a haberlos solicitado por varias vías, incluso como pedidos de libertad de información.
En los productos sobre los que sí obtuvieron datos, en todos los casos hay algún porcentaje en el que se traspasan los niveles legales permitidos de agrotóxicos y metales pesados, pese a que los niveles permitidos ya son más laxos que en otros países, como Argentina. También constataron la presencia de arsénico en agua potable y refrescos.
La falta de información y de acceso a la información dificulta a la población entender los efectos de los agrotóxicos. Los impactos de estos residuos no declarados son tomados como casos individuales para las personas que sufren enfermedades, en lugar de verlos como un problema sistémico del modelo industrial y agrotóxico.
Los múltiples impactos en la salud, el ambiente, la economía y el derecho a la alimentación que se muestran en el estudio son un fuerte cuestionamiento al modelo agroalimentario industrial y agrotóxico, controlado por corporaciones. Pero tanto los anteriores gobiernos progresistas como el actual de Luis Lacalle Pou en Uruguay defienden un modelo similar de producción agropecuaria industrial y agroexportación, que sustenta esas tendencias.
En la población, el desconocimiento de la relación entre ese modelo y sus impactos en la salud y el ambiente, hace que no necesariamente se comprenda la necesidad de la producción local, descentralizada y más sana, sin agrotóxicos, agroecológica y diversidad.
Hacia otras formas de "hacer comunidad con lo vivo"
El trabajo recupera y pone de relieve las persistencia y emergencia de importantes experiencias solidarias, de auto-organización y de recuperación de formas de mejor alimentación, y también de producción y consumo más sano y agroecológico. Estas no son solamente formas de alimentación, sino también de pensar y organizarse para presentes y futuros diferentes, muchas veces invisibilizados.
Las y los autores del estudio concluyen: “Uruguay conserva una gran vitalidad popular, una capacidad sensible que logra interrumpir el curso silencioso de lo naturalizado para ampliar el campo de lo posible. Quisiéramos pensar a partir de esta realidad, un horizonte post pandemia en el que fueran posibles procesos de politización de lo que comemos y cómo comemos desde el apoyo mutuo y un nuevo modo de hacer política”.
El informe de la investigación es “una invitación a un despertar sensible, a una tonalidad afectiva, que nos permita, por un lado, trascender las respuestas que deshumanizan tanto a quienes van dirigidas, como a quienes las llevan adelante y por otro lado, construir otras formas de hacer comunidad con lo vivo”.
Asimismo, muestra cómo “la defensa y construcción del derecho a la alimentación va encontrando distintos escenarios, narrativas y prácticas, transformándose en algunos contextos en el reclamo no sólo del acceso al alimento, sino a la gestión de los recursos para producirlo. Lo que se pone en discusión son las propias relaciones sociales y los vínculos que tenemos con la naturaleza, que requieren ser pensadas desde transiciones alimentarias integrales, posibles y deseables”.
Por la información que es necesaria y relevante, por la reflexión, por estar en el corazón de un tema vital para todas y todos, entramado con el entorno, la sociedad, las posibilidades de cambio, agradezco al colectivo de autores y recomiendo conocer este documento.