El 21 de septiembre se conmemora el Día Internacional de Lucha contra los Monocultivos de Árboles. En esta jornada se reivindica a las comunidades y movimientos que luchan contra esta forma de extractivismo. Las plantaciones industriales están directamente vinculadas al despojo de tierras a campesinos y pueblos indígenas, la violencia sexual contra las pobladoras, el desalojo de comunidades, la violación de derechos humanos y el uso de agrotóxicos. Uno de los casos más emblemático de Argentina es el de la empresa Alto Paraná (Arauco) que explota plantaciones de pino en Misiones.
La expansión de las plantaciones intensivas de árboles se produjo simultáneamente con el aumento del consumo de ciertos productos como el papel hecho a partir de pasta de celulosa, neumáticos de automóviles fabricados a partir del caucho y manufacturas hechas en base a madera. Estas mercancías son consumidas mayormente en los centros urbanos de los países industrializados de Europa y América del Norte, mientras que el avance sobre los territorios perjudica a poblaciones africanas y latinoamericanas.
Por ejemplo, la mayoría de los eucaliptos plantados actualmente en el hemisferio sur se utilizan para fabricar productos desechables (embalajes, papel tissue y papel higiénico), consumidos por una minoría de la población mundial de los países industrializados. Esta zona del mundo atrae a las empresas multinacionales por subsidios e incentivos gubernamentales -en el caso argentino, por la Ley 25.080, que genera exenciones impositivas para el sector- y por una fuerza laboral poco protegida a nivel estatal, por ende mucho más barata para las empresas. Además, encuentran tierras fértiles y de bajo costo, y un clima favorable que posibilita una producción de madera por hectárea mucho mayor que en los países de sus casas matrices, como Finlandia o Suecia.
¿Qué son las plantaciones industriales de árboles?
Si bien el modelo se desarrolló hacia fines del Siglo XIX, la expansión de los monocultivos de árboles es un fenómeno del Siglo XX. Se basa en las siguientes prácticas, sistematizadas por el Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (WRM, por sus siglas en inglés).
• Plantar árboles a gran escala. Es decir, cubrir cientos o incluso miles de hectáreas con el mismo tipo de especie de árbol, junto con actividades que frecuentemente usan maquinaria pesada para plantar y cosechar.
• Plantar siempre hilera tras hilera de una sola especie arbórea, o más bien un monocultivo, para ayudar a reducir costos y aumentar aún más la productividad y las ganancias. En esos monocultivos casi siempre se usan fertilizantes químicos y agrotóxicos.
• Seleccionar tierras fértiles y en su mayoría llanas, con suficientes recursos hídricos para garantizar una alta productividad.
• Seleccionar zonas donde los títulos y las escrituras de propiedad de la tierra de las comunidades locales sean en su mayoría inseguros, vulnerables o no estén reconocidos por el Estado y/o donde el Gobierno pueda facilitar el desplazamiento de las comunidades o la incautación de sus tierras a pedido de una empresa.
Los impactos sociales y ambientales
Donde se hayan establecido monocultivos a gran escala -señala el WRM- las comunidades han sufrido las consecuencias. Entre ellos, la invasión de tierras fértiles y la destrucción de la capa superior del suelo de bosques, praderas y sabanas. Las empresas que promueven este tipo de cultivos generan además deforestación, al reemplazar las zonas de bosque con plantaciones. Una vez que se establecen las plantaciones industriales, las fuentes de agua se agotan o quedan contaminadas con agrotóxicos.
Este modelo crea muy pocos de los puestos de trabajo prometidos y los que se ofrecen a los miembros de la comunidad local tienen salarios bajos, se llevan a cabo en condiciones precarias e implican tareas peligrosas, como la aplicación de agrotóxicos. A su vez, especialmente las mujeres se ven afectadas cuando las plantaciones interfieren con su capacidad de producir alimentos; muchas también han sido víctimas de acoso, abuso sexual y violencia. La presencia de guardias de seguridad con frecuencia afecta seriamente la libertad de circulación de la comunidad local.
Al igual que la soja o el maíz, los monocultivos de árboles también están asociados a los agrotóxicos. «Se utiliza el glifosato para el barbecho o el control de malezas. Inclusive, en nuestro país, en la plantación de especies como el pino se utilizan insecticidas para el control de plagas como las hormigas», comenta desde Corrientes Emilio Spataro, licenciado en gestión ambiental e integrante de la Red Nacional de Humedales (ReNaHu). Considera que «el impacto para la salud humana y el ambiente es el mismo que el ocasionado por los monocultivos agrícolas».
Ante el avance de ciertos fenómenos como las inundaciones, en algunos discursos públicos se plantea la restauración de zonas deforestadas. «Pero en estos casos hablamos de cultivos industriales, de poca variedad, donde hay una o dos especies que además son genéticamente iguales y donde se usan insumos químicos. No tiene nada que ver con un ambiente natural», explica Spataro.
Los monocultivos que avanzan sobre Corrientes y Misiones
«El modelo forestal es una tragedia ambiental y social en Corrientes», define Spataro. En diálogo con esta Agencia, el activista comenta que se trata de la provincia más forestada del país. La plantación industrial de árboles es el mayor extractivismo que sufre el suelo correntino y -cuenta- por su expansión se perdieron palmares, humedales y sabanas nativas. La misma suerte corrieron las comunidades campesinas y originarias, desplazadas de las tierras que habitan ancestralmente. Esta forma productiva se realiza «sin estudios serios de impacto ambiental y con trabajo precario, muchas veces esclavo», explica.
Al norte, por la Ruta Nacional 12, la escena se repite en campos misioneros. En 2005, 200 familias campesinas del oeste de Misiones se nuclearon en Productores Independientes de Puerto Piray (PIP) para hacerle frente al monocultivo de pinos de la empresa Alto Paraná (de la multinacional Arauco). Nucleado a nivel nacional en la Unión de Trabajadores de la Tierra, la lucha que se dan es por la recuperación de sus tierras para la realización de cultivos agroecológicos. Esa disputa se produce en tensión con los poderes provinciales y municipales de Puerto Piray, que prefieren preservar los intereses de la multinacional. En esos territorios, ubicados en el oeste de la provincia, el Estado desoye el impacto denunciado de la producción extensiva de pino en la salud humana.
Alto Paraná se instaló en Misiones en 1974 y fue adquirida en 1996 por la multinacional Arauco, una de las empresas líderes del sector a nivel mundial. En Argentina reconoce la propiedad de 256.000 hectáreas. Tiene posesión jurídica de cerca del 70 por ciento de la localidad de Puerto Piray y el diez por ciento de la provincia de Misiones. Se estima que cada hectárea de monocultivo de pino insume tres litros de agrotóxicos por año: se derraman allí más de 70.000 litros de químicos al año. A fuerza de lucha, el PIP consiguió en 2013 la recuperación de 600 hectáreas para la producción de alimentos: sin embargo, recién a principios de este año se escrituraron las primeras 166.