Por Lucía Guadagno*
María del Carmen Seveso nació en Maciel (Santa Fe). Estudió medicina en la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y en 1977 se mudó al Chaco. Trabajó en hospitales y clínicas de Resistencia y Roque Sáenz Peña. Sus especialidades son la Toxicología y la Terapia Intensiva, entre otras. “Siempre me interesaron las enfermedades de los que trabajan, me parece algo muy injusto que se enfermen trabajando”, dice.
Cargada de esa sensibilidad, en el Chaco dedicó su vida a denunciar los efectos de los agrotóxicos en la salud de la población. Explica que en esa provincia la red de centros de salud tiene una buena distribución geográfica. Pero que los servicios no lo son tanto. Entonces, apenas un caso se complica, lo mandan a Resistencia o Roque Sáenz Peña, donde ella trabajó durante décadas. De ese modo, pudo conocer de qué se enferma la población de casi toda la provincia.
Desde hace años, junto a otros médicos e integrantes de la Red de Salud Popular Ramón Carrillo, visitan pueblos y campos, relevan casos, hacen investigaciones y denuncian el efecto del modelo de producción agroindustrial basado en transgénicos y fumigaciones con agrotóxicos: cáncer, malformaciones, problemas respiratorios, en el sistema nervioso y en el sistema endocrino, entre muchos otros.
Su tarea fue siempre a contracorriente en una provincia donde tanto funcionarios públicos como buena parte del sistema de salud mira hacia otro lado, calla y oculta. “Nos da mucha bronca”, afirma. “En general, los servicios de salud no profundizan, no tocan al paciente, no le preguntan nada (menos aún visitan los lugares donde viven). Entonces las personas vuelven a su lugar de origen sin haber resuelto su problema.”
Lo que ocurre en el Chaco ocurre en todo el país. Los problemas de salud vinculados a la contaminación y a las actividades industriales o extractivas no son detectados, menos aún denunciados, por la mayor parte de los profesionales y trabajadores de la salud.
Cuerpo-Territorio
La relación extractivismo-salud es el eje del último trabajo realizado por el grupo Iconoclasistas junto al Instituto de Salud Socioambiental (Inssa) de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario. Se trata de un póster “Cuerpo-Territorio”, en el que se representan diez problemáticas socioambientales en la Argentina y Sudamérica y sus consecuencias para la salud. Las actividades seleccionadas son la agroindustrial, feedlots, incendios, megaminería, explotaciones forestales, fracking, salmoneras, hidroeléctricas y extracción de hidrocarburos. También se incluye la violencia armada, a través de un caso colombiano.
La ilustración (que puede descargarse desde el sitio web de la Fundación Rosa Luxemburgo) es el resultado de relevamientos e investigaciones bibliográficas realizados por los participantes del curso “Introducción al análisis de los procesos de salud en contextos de extractivismos”, dictado en forma virtual por el Inssa durante 2020. Participaron trabajadores de la salud e integrantes de organizaciones sociales de Argentina, Colombia, Ecuador y Chile, entre otros países.
El mapa cuerpo-territorio muestra, por ejemplo, cómo la contaminación producida por la cría intensiva de ganado en feedlots puede generar inflamación en la piel, problemas respiratorios o enfermedades zoonóticas, entre otras. O que la extracción de hidrocarburos mediante la técnica de fractura hidráulica (fracking) puede causar distintos tipos de cáncer. Cada caso corresponde a un área geográfica determinada, que está representada en el póster.
“El curso estaba pensado para trabajadores de salud. A raíz de que participaron personas del campo de salud pero también de organizaciones sociales y otros sectores, queríamos tener un material que nos permitiera tener llegada específicamente al sector sanitario”, explicó Gabriel Keppl, médico y docente de la UNR.
Keppl advierte que la medicina tradicional o hegemónica no suele vincular los problemas ambientales con los problemas de salud. “Con este póster buscamos mostrar esa vinculación que muchas veces permanece invisibilizada o que ni siquiera surge como pregunta o como posibilidad”, sostiene. “Por el momento es sólo el póster. Lo que estamos haciendo ahora en una segunda etapa es planificar talleres o actividades específicas para poder trabajarlo.”
La formación de los médicos
“A los médicos y médicas que ingresan a trabajar en el sistema de salud, sea el sistema público o privado, en realidad lo que se les exige es otra cosa”, sostiene Keppl. “Si lo único que les van a exigir es resolver problemas de salud individuales difícilmente estas cuestiones vinculadas a la salud socioambiental sean una preocupación o tengan herramientas para trabajarlas”, explica. Y aporta un ejemplo: “Muchas veces se reconoce el aumento de casos de una determinada enfermedad vinculada a alguna fuente de contaminación, pero cuando llega la hora de la acción concreta se quedan en la prescripción individual de algún tratamiento o de algún diagnóstico”.
Señala que lo que falta es articular esa parte de los procesos biológicos individuales con procesos más generales como pueden ser estas cuestiones socioambientales.
¿Por qué ocurre esto? “Está todo muy cooptado por el discurso médico hegemónico sostenido por la industria farmacéutica. Entonces, lo más probable es que un congreso de psiquiatría organizado por un laboratorio para mostrar los últimos desarrollos farmacológicos tenga los cupos llenos. Y cuando proponés una actividad vinculada a los temas socioambientales, hay menos gente, cuesta un poco más. Pero en el último tiempo es está cambiando”, señala Keppl.
Una sola salud
Carolina Cazaux es médica, estudió en Buenos Aires y vive en Lago Puelo, Chubut, una región azotada por los últimos incendios forestales y por la amenaza de la megaminería. Participó del taller virtual del Inssa y considera fundamental cambiar la formación de los trabajadores de la salud para generar un pensamiento crítico. “Es necesario poder entender que los procesos de cómo se enferma una población necesariamente tienen que ver con las actividades que se realizan, con los hábitos culturales, con los vínculos. Si pensamos en la salud como un tejido social que tiene que estar sano, fortalecido, necesitamos que haya gente capacitada para trabajar desde esa perspectiva”, afirma.
Señala que la formación que predomina en las facultades de medicina es la contraria. “Es una cerrera mercantilista, fragmentada, que disocia. Se enseña a diagnosticar enfermedades y prescribir tratamientos.” Considera que para los trabajadores de la salud, lo más cómodo es seguir esa línea, no cuestionar. “Poner en duda esa formación, ese sistema de creencias, genera conflicto”.
Así lo vivieron más de una vez en la Facultad de Ciencias Médicas de la UNR los integrantes del Instituto de Salud Socioambiental. Uno de los casos más graves ocurrió en 2016, cuando autoridades de la Universidad de Rosario clausuraron con cadenas la oficina donde se guardaban las encuestas y resultados de los campamentos sanitarios realizados por estudiantes de medicina en pueblos fumigados.
Damián Verzeñassi -médico y docente, director del Inssa y quien estuvo a cargo de los campamentos sanitarios hasta 2019- explica por qué es importante incorporar la salud socioambiental en la formación. “Si asumimos que la salud de los seres humanos no puede ser entendida en forma descontextualizada o como un elemento ajeno a la salud de los territorios, la formación de los trabajadores tiene que ayudar a comprender esa relación, porque es clave para entender los procesos de salud y enfermedad”, señala.
Detalla que la salud socioambiental pone la mirada en la intersección entre la salud colectiva y la ecología política latinoamericana. “Para nosotros es muy importante porque brinda herramientas no sólo teóricas, sino también metodológicas. Y es fundamental porque nos permite recuperar algo que las facultades se encargan de hacernos perder, que es la capacidad de relacionar, de mirar integralmente y de comprender que la vida es gracias a los procesos y que los procesos son gracias a las relaciones”, destaca. Por eso, sostiene, los conceptos de la salud de los ecosistemas y la salud socioambiental son clave para entender lo que sucede con las poblaciones.
El silencio es complicidad
Desde el Chaco, María del Carmen Seveso reconoce que parte del problema es el paradigma hegemónico de la medicina. “La mayoría de los profesionales de la salud están esquematizados. Si empiezan a denunciar casos como las enfermedades por agrotóxicos pierden la estabilidad, se les desordena lo que aprendieron”, señala. “Pero tienen mucha responsabilidad, cuánto se podría haber evitado si más médicos denunciaran los casos.”
Reconoce, asimismo, que denunciar es comprometedor y en algunos casos, genera problemas laborales. “En los pueblos los intendentes son los dueños de los campos de soja. Y hasta a veces son médicos también”, advierte. “Hubo casos de pediatras de hospitales públicos que recibieron amenazas por denunciar que los chicos estaban afectados por las fumigaciones.”
Jubilada pero activa, Seveso publicó el año pasado el libro “Resistiendo al modelo agrobiotecnológico. Para evitar la complicidad de las víctimas”, en el que sistematiza datos y casos relevados durante sus años de trabajo. Se entusiasma con la difusión de estos temas e insiste en la necesidad de dar herramientas para que “la gente se pueda defender”.
* Publicada junto al Periódico Cooperativo Pausa de Santa Fe