Por Nahuel Lag
El sur bonaerense, a orillas del Río Colorado, y Viedma (Río Negro) son una zona productora de cebolla, 13.000 hectáreas y unas 910.000 toneladas anuales, en su mayoría exportada a Brasil. La falta de planificación —la producción librada a la oferta y demanda—, la crisis hídrica, los insumos dolarizados, la falta de acceso a la tierra y el “factor Brasil” exponen año tras años a los pequeños productores, y también a los grandes, a momentos críticos en su sostenibilidad. La campaña 2020/2021 registra precios deprimidos por una sobreoferta de alrededor de 300.000 toneladas, que redunda en endeudamiento para los pequeños productores y una posible suba de precios al consumidor el próximo año.
Agosto es el mes de planificación de la siembra para la campaña 2020/2021 y la incertidumbre es grande, tanto como el riesgo para los pequeños productores: “Si viene un año más así, no vamos a sobrevivir. Estamos quedando con deudas de la producción de este año”, alerta Roberto Durán, productor cebollero de Pedro Luro (Buenos Aires), e integrante de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT).
El relato de los grandes productores cebolleros de la zona —de 100 a 200 hectáreas— y de los pequeños productores —de 2 a 10 hectáreas— coinciden al graficar la situación actual frente al momento de encarar la próxima campaña: en los campos están las cebollas apiladas de la campaña 2019/2020 por la depresión de los precios que no hace rentable cosecharlas, embolsarlas y subirlas a los camiones rumbo a los mercados abastecedores.
“La cebolla temprana salió en enero a 22 pesos el kilo, para el productor. Las cebollas tardía, en marzo, ya se estaba pagando al productor entre seis y cinco pesos el kilo y ahora está a tres pesos el kilo. El mercado está saturado. Son muy bajos los precios que le pagan al productor, a lo que hay que sumarle la mano de obra para cargar el camión, las bolsas, el hilo y el flete”, describe Cinthia Almazán, productora y secretaria de la UTT Pedro Luro, que reúna a 100 familias de pequeños productores de la zona.
¿Qué pasó con el precio de la cebolla?
Según cifras del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (IINTA), esta región cebollera tiene una producción extendida en 9000 hectáreas en suelo bonaerense —Mayor Buratovich, Hilario Ascasubi, Pedro Luro, Juan Pradere, Villalonga y Carmen de Patagones— y otras 4000 hectáreas a 160 kilómetros al sur, en los campos que rodean a Viedma, capital rionegrina. Con una producción que ronda las 70.000 toneladas por hectárea.
A mediados de 2020, el precio de la cebolla en el Mercado Central de Buenos Aires (MCBA) —principal destino comercial mayorista del país— se vendía en los puestos a un promedio de 820 pesos la bolsa (18 kilos), mientras que ahora se consigue entre 350 y 280 pesos. Según el informe de Precios del Compromiso Social de Abastecimiento del MCBA, el kilo de cebolla se vende a 16 pesos el kilo (280 pesos la bolsa), que debería traducirse en 27 pesos por kilo en la verdulería.
Ese precio se traducía también en la tranquera del campo de los productores. Según Durán, productor cebollero desde hace 20 años, por estos días, se requiere un precio al productor de 140 pesos por bolsa para recuperar lo invertido y de 200 pesos para tener ganancia, en el caso de los trabajadores de la tierra de pequeña escala.
Los buenos precios del año pasado coincidieron con un ritmo de importación regular por parte del mercado brasileño. Según el Indec, Brasil es el principal destino para la exportación de cebolla argentina —que también se produce en Mendoza, Córdoba y Santiago del Estero— con un 70 por ciento del total de ventas al exterior y un promedio de 150.000 toneladas anuales.
Especulación, la producción bajo las reglas de la oferta y demanda
“Los medianos productores que tenían 30 hectáreas produjeron más de 100 hectáreas. Los grandes patrones sembraron entre 100 a 200 hectáreas y los pequeños productores que sembraban dos llegaron hasta diez hectáreas. El año pasado la cebolla valió y Brasil sacó producción. Convenía sembrar más, hubo una especulación con el precio”, grafica Almazán, quien produce seis hectáreas con su familia. Las ganancias de la campaña anterior impulsaron a una expansión en la siembra para 2020/2021, pero también fue impulsada por otro factor: la incertidumbre por el riego.
Los campos del sur bonaerense se alimentan del riego del Río Colorado, a partir del dique Casa de Piedra —kilómetros arriba en la frontera de La Pampa y Río Negro—, caudal administrado en suelo bonaerense por la Corporación de Fomento del Valle Bonaerense del Río Colorado (Corfo), que lleva un largo conflicto por su administración, y años de problemas de abastecimiento. “Tenemos un problema con la crisis hídrica hace diez años. Cada año baja menos agua”, sentencia Durán.
En 2020, la incertidumbre por el caudal que contarían para la producción movió a los productores a buscar campos en Río Negro, donde se abastecen del río homónimo y más caudaloso. “El año pasado, desde Corfo, nos dijeron que no iba a haber buen abastecimiento por la falta de nevadas. La mayoría de los productores que alquilamos salimos a buscar hectáreas en Río Negro”, relata el productor de la UTT que atravesó la experiencia de ir a trabajar su producción a 160 kilómetros de Luro.
Esa migración de pequeños productores a tierras rionegrinas generó, según el INTA, un plus de 3000 hectáreas más de siembra, alcanzando las 16.000 en esta última campaña. Finalmente, las nevadas de fines de junio y julio de 2020 generaron el caudal suficiente para tener una buena producción en ambas provincias, lo que generó una producción extra de 210.000 toneladas, según un informe del diario Río Negro.
Con el inicio de la cosecha, las buenas perspectivas comenzaron a desplomarse. Según el Indec, en el primer semestre de 2021 la importación a Brasil se desplomó de las 148.000 toneladas del año anterior a 97.000 en esta campaña. Lo que generó una sobreoferta de alrededor de 300.000 toneladas, si se lo suma al excedente generado por la mayor área sembrada en la campaña 2020/2021.
“Esto es oferta y demanda. Cuando Brasil saca un gran porcentaje no queda tanta producción en el campo como este año. Un gran porcentaje de la cebolla que quedó es la que no se fue a Brasil. Dependemos mucho de ellos”, lamenta Durán y plantea: “El Gobierno podría buscar nuevos mercados para exportar, en la Argentina se consume menos de lo que tenemos capacidad de producir”.
“La problemática es estructural, hay una falta de planificación. El tema no está en agenda, por lo tanto este Gobierno ni ninguno de los anteriores estableció una negociación con Brasil que permita establecer un cupo de exportación de cebolla para cada año y estabilice la producción. Algo que permita transparentar y planificar la producción”, plantea el referente de la UTT, Agustín Suárez.
Y agrega: “Desde que se levanta la cosecha, todo queda en manos brasileñas, por lo que un año se llevan 150 mil toneladas y otro año es la mitad y hace explotar todo, lo que se refleja en las repetidas protestas en la ruta 3, excepto los años en los que los precios son buenos. El 60 por ciento de lo que se produce en esa zona se exporta, el resto va para el mercado interno donde compite con otras zonas de producción mucho más económicas”.
¿Suba de precios de la cebolla para 2022?
Con el pago de tres pesos por kilo de cebolla cosechada al productor, en los campos del bonaerenses y rionegrinas la foto repetida es la pila de cebolla sin embolsar. “En el caso de los grandes productores tienen más espaldas, pero los pequeños productores vivimos de nuestra propia producción para sustentar todo el año, además de buscar alguna otra changa”, explica Almazán.
“La producción ahora está en la pila en los campos. Los productores ya están rendidos y algunos están vendiendo igual a 50 o 30 pesos la bolsa. Ya se pasó el tiempo y está entrando cebolla de Santiago del Estero y Córdoba”, marca el panorama Durán frente a la decisión de comenzar a sembrar en agosto para la próxima campaña.
Los pequeños productores anticipan una menor producción de estos sectores. “Se está achicando la siembra, se van alquilar menos hectáreas para la cebolla, otros están buscando producir otras verduras —zapallo o papa— y otros van a abandonar la producción y hacer otros trabajos”, alerta Almazán quien anticipa que la decisión de su familia será bajar la producción.
Durán coincide con el panorama ofrecido por su compañera y pone sobre la mesa su situación: “Estamos quedando con deudas de este año, las tenemos que pagar con la próxima campaña o no las podremos cubrir. Si viene un año más así, no vamos a sobrevivir”.
La baja en las hectáreas cosechadas para el próximo año podría incrementar los precios ante un posible aumento de la demanda de Brasil —que en la campaña anterior también tuvo una buena producción y no precisó importar—. Además, permanece la incertidumbre sobre los rindes que se conseguirán por la falta de agua, problema que se agudizó este año, en el que se registran niveles muy bajos de nevadas en la Cordillera.
“Desde Corfo informaron que hay agua hasta mediados de enero, y a partir de fines septiembre”, alerta Durán y recuerda que la cebolla precisa un gran caudal de agua durante cinco meses. Como precisó el coordinador territorial de la Estación Experimental del INTA Hilario Ascasubi, Daniel Iurman, en diálogo con la revista Internos, la falta de agua es un problema para la siembra al mismo tiempo que es un agravante la pérdida de la producción, ya que cada bulbo de cebolla producido insume, aproximadamente, 100 litros de agua.
En su último reporte, Corfo informó que “en la estación de control de Buta Ranquil el caudal medio mensual de julio está en el registro mínimo de la serie histórica” y recomendó “a los productores regantes que revalúen sus planes de siembra y los riesgos ante el acortamiento de la temporada”.
Además de depender del ciclo de nieve en la Cordillera, el Río Colorado también se ve amenazado por el proyecto de la represa hidroeléctrica Portezuelo del Viento, con la que se podría repetir la historia de daño ambiental experimentada con la represa el Nihuil en el Río Atuel.
Un plan para los pequeños productores de cebolla
Los costos dolarizados de los insumos y el alquiler de los campos son dos escollos difíciles de ajustar para los pequeños productores. “El presupuesto desde la siembra hasta poner la bolsa en el camión rumbo al mercado es de 240 mil pesos por hectárea”, aporta Durán. De lo obtenido por la venta de la producción, el 30 por ciento queda en manos de los dueños de la tierra y el 70 por ciento para los pequeños productores, que deben restar los costos de la semilla y el paquete químico que viene atado, del que aún no lograron desprenderse.
Los productores cebolleros de la UTT señalaron que se hicieron pruebas con bioinsumos, pero aún no lograron mantener los rendimientos. “Nadie quiere correr el riesgo”, sincera Durán sobre la dependencia al paquete químico y convoca: “Deberían venir técnicos del INTA para poder analizar las opciones”.
Otra de las problemáticas no resueltas es la mano de obra de los trabajadores “golondrinas” en la temporada fuerte de cosecha, que se da entre enero y marzo, y en el posterior trabajo de embolsado de la producción. Las familias productoras y también los grandes productores precisan esa mano de obra temporal. Cuando cada productor decide levantar su cosecha se debe hacer en un plazo corto de entre tres y cuatro días; y luego la mano de obra vuelve a ser requerida para “descolar” la cebolla —proceso de quitarle la raíz y la hoja— embolsarla y cargarla en los camiones.
El trabajo “golondrina” en el campo es una larga tradición de precarización laboral, que el Estado cumple en limitar esporádicamente con inspecciones a los campos. En el caso de la cosecha de cebolla para los pequeños productores el ajuste a la norma en igualdad de condiciones que los grandes productores se transforma en un costo difícil de cubrir.
Para cubrir el trabajo en diez hectáreas se precisan 40 jornaleros, pero la lógica irregular con la que se maneja esa mano de obra indica que no todos los días el “cuadrillero” --quien levanta a los trabajadores “golondrina” cada mañana-- lleva el mismo grupo de personas, por lo que pueden llegar a ser 120 en tres días de cosecha.
“El Ministerio de Trabajo debería fijar un precio de ‘arranque’ para la jornada”, propone Durán para que la ley de oferta y demanda se iguale, para regular el pago por día trabajo, que permite mantener un mismo grupo de gente trabajando en cada campo y se registre a todos los que cumplen tareas. “La cosecha es un momento crítico en el que se tienen que sumar a trabajadores golondrinas y changarines. La AFIP y el Ministerio de Trabajo le exige el mismo régimen a un empresario de la cebolla que a un pequeño productor, por lo que no soluciona ni el problema del pequeño productor ni el de los jornaleros”, refuerza Suárez.
El tema de fondo es la propiedad de la tierra. Los pequeños productores tienen el costo del alquiler de las parcelas que trabajan: el 30 por ciento de la cosecha que obtienen va a las manos de los propietarios. “Hace 20 años soy productor. Para comprar un campo propio no te da. Todos los años alquilamos para sembrar”, lamenta Durán.
“Los productores que son dueños de sus campos pierdan o ganen no tienen que pagar el alquiler, lo que producen es para su bolsillo. Los que alquilan los campos y no los trabajan viven en Bahía Blanca o en Ushuaia, vienen dos o tres veces al año y se vuelven a ir. Sería ideal poder tener un beneficio para poder comprar la tierra”, completa Almazán.
La UTT presentó en octubre pasado, por tercera vez, el proyecto de Ley de Acceso a la Tierra en el Congreso y consiguió el respaldo del presidente Alberto Fernández. Pero la iniciativa aún espera ser tratada junto a otras iniciativas que impulsan el acceso a la tierra de la mano de la transición a la agroecología.