La noticia es de relevancia nacional. Afecta, principalmente, la salud y la economía. También al medio ambiente, la política y la soberanía. La noticia está vinculada a los supermercados. Detrás de ofertas y descuentos se esconde un modelo de negocio que perjudica a millones de productores y consumidores, a bolsillos y cuerpos. A su vez, ese modelo sirve de envión para el surgimiento y la consolidación de diversas experiencias de comercialización: un fenómeno que no para de crecer.
Por fuera de góndolas repletas de productos ultraprocesados, para nada nutritivos y que provocan enfermedades crónicas, existe un universo de alimentos sanos, seguros y soberanos.
Y a precios justos.
La vida fuera de los supermercados
Ante la supuesta variedad de productos y marcas de los súper, brotan a lo largo del país todo tipo de alternativas, emprendimientos incipientes y otros que llevan décadas. Circuitos armados por una y varias organizaciones sociales, cooperativas, universidades, mutuales y por familias agricultoras, campesinas e indígenas. Ferias, almacenes populares, nodos de consumidores, grupos de compras comunitarias, de vecinos, de centros de estudiantes. Intercambios, ventas por mayor y menor, distribución de bolsones. Experiencias agroecológicas y orgánicas. Urbanas y rurales, con o sin intervención estatal.
El Foro para un Programa Agrario Nacional, Soberano y Popular, al igual que el Foro de Cooperativas Autogestionadas y Economía Popular, reunieron a un conjunto de diversas organizaciones con experiencia en la generación de canales de comercialización directos entre productores y consumidores.
Si bien existen experiencias aisladas de políticas públicas, sea desde municipios u organismos tales como el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) o el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), el Estado en su conjunto "no está cumpliendo con el derecho humano a la alimentación". Ese fue uno de los diagnósticos de las organizaciones, que publicaron un documento con propuestas tales como la implementación de “mecanismos de gestión asociada o de construcción de tramas de valor que permitan implementar un conjunto de políticas públicas con alternativas diferenciadas para cada territorio, de mercados de abastecimiento popular, fortaleciendo los existentes y creando nuevos donde no existan”.
Una pregunta que ningún Gobierno contestó: ¿Hasta cuándo el Estado seguirá comprando toneladas de productos ultraprocesados, cuyos vendedores son quienes controlan los precios del mercado y envían sus ganancias al exterior, en lugar de abastecer escuelas, hospitales, comedores y centros de jubilados con alimentos seguros producidos por la economía popular?
Volver a las raíces

Pasaron 25 años y Salvador Torres recuerda como si fuera hoy esa huelga, encabezada por el Movimiento Agrario de Misiones (MAM). Eran tiempos en que los supermercados comenzaban a ejercer su oligopolio. El reclamo: el precio cada vez más bajo que recibían por la cosecha de té. Lo mismo ocurría con la yerba mate, el tabaco y otros productos tradicionales. Aquella vez se volvieron a las chacras con las manos vacías.
“Fue ver cómo perdíamos una lucha más. Pero a partir de ahí entramos a discutir y a formarnos. Descubrimos que se había perdido la cultura de autoconsumo para dedicarse a los productos industriales”, dice Salvador, que además forma parte del exitoso proyecto yerbatero agroecológico Titrayjú (Tierra, Trabajo y Justicia). Y agrega, “ya no se podía sostener la lucha por falta de alimentos, una situación de debilidad ante los empresarios, los industriales que cada vez profundizaban más mecanismos de explotación a productores y trabajadores rurales”.
Los productores misioneros decidieron volver al autoconsumo. Y colocar los excedentes en mercados locales, comercializarlos de forma directa y eliminar otro de los problemas: el exceso de intermediarios. Así nacieron las "ferias francas", experiencia de venta directa al consumidor que se fue multiplicando en la provincia y ya nuclea a más de 2000 productores.
La Red de Comercio Justo del Litoral tiene cinco espacios de venta directa y tres "nodos de distribución solidaria", donde además de promover el consumo y la distribución de lo que producen las organizaciones miembro, también se distribuyen productos del Movimiento Campesino de Santiago del Estero Vía Campesina, de la Unión de Trabajadores sin Tierra de Cuyo, del Encuentro Calchaquí de Salta, la Cooperativa Vitivinícola de Cafayate y de la Red Cañera de Misiones, entre otras.
“Nosotros no tenemos una inflación del 60 por ciento. Hay una valorización de lo que es la cadena de producción, entonces el precio no es más barato ni más caro, es el precio justo y surge de pagarle al productor lo que vale su trabajo”, dice Mauro Rossi, de la Cooperativa La Asamblearia y parte de la Red.
“No hay sangre produciendo alimento, no hay un medio ambiente devastado, sino todo lo contrario, regenerado. Ese fortalecimiento y crecimiento va totalmente a destiempo de lo que es la economía del país”
"Más allá de la movilización y empatía social hacia la lucha campesina, necesitamos generar empatía con el resto de la población. Hemos entendido que el alimento es una gran herramienta para discutir con la sociedad en qué país vivimos, qué alimentación tenemos, cuánto valen los productos, de quién es la tierra, qué sacrificios significan para los pequeños agricultores esos productos, cómo es la explotación rural", señala Mauricio Muchiutti, de Monte Adentro, experiencia de comercialización del Movimiento Campesino de Córdoba, que asociado a otros productores crearon “Humanos”, con locales en Villa de Las Rosas y San Javier (Traslasierra) y en Merlo (San Luis).
También en Córdoba capital, Villa María y Río Cuarto funciona la Mesa de la Soberanía Alimentaria, en la que mutuales y organizaciones comercializan productos campesinos y de la agricultura familiar.
Son incontables las redes de un movimiento alimentario inédito y en plena expansión. Las cátedras de Soberanía Alimentaria, por ejemplo, ya suman 49 en todo el país y llevan adelante ferias y otras alternativas de comercio justo. Se trata de espacios en los que también se debate y se profundizan las diferencias entre lo agroecológico y lo orgánico (esto último incluye a grandes empresas de certificación, con elevados costos y sin cuestionar el modelo económico). Lo agroecológico es una propuesta popular de producción de alimentos, que invita al vínculo más profundo, tanto con la tierra, como entre productores y consumidores.
En lo que hay total acuerdo, y cada vez más evidencia y experiencias, es en que el modelo dominante no es sustentable.
“Antes trabajaba para un patrón. Había que poner veneno, te obligaban. Dependía de la agroquímica. Preguntabas por semillas o medicamentos para curar plantas y siempre te recomendaban lo más caro. Gastábamos miles de pesos”, dice Zulma Molloja, quien logró cambiar de vida a través de la UTT y siguiendo los pasos de sus abuelos: “Cuando pude alquilar mi propia tierra, empecé a trabajar agroecológico, que es lo que hacían ellos, que curaban todo con lo natural. Funciona, y ahorrás muchísimo. Además, con la comercialización directa tenemos precios fijos, y sé cuánto será mi ganancia. Antes venía el camión y no te levantaba la cosecha, o se la llevaba y no te pagaba. Ahora podemos producir, comprar la semilla y pagar el alquiler y la luz. Y nos sentimos orgullosos que producimos sin químicos ni venenos".
Hace unos meses, la UTT firmó un acuerdo con la Federación de Cooperativas Federadas (Fecofe), de Santa Fe, con el objetivo de mantener el precio de hortalizas, leche, harina, yerba y otros productos de la canasta básica.
Nuevos paradigmas

“La construcción de comercializadoras propias por fuera del mercado transforma la vida en el campo y genera lazos reales con consumidoras y consumidores de las ciudades. Hace años la agroecología era un deseo, hacíamos todo a pulmón; eso sigue pero le sumamos un aparato de venta que empieza a jugar un rol importante. Los desafíos ahora son la disputa de la escala. Cómo, teniendo más dimensión y abarcando más, sostenemos esquemas de organización laboral popular. Eso nos va a llevar a discutir con otros sectores, y todo lo que implica para adentro: la profesionalización del laburo en cuanto a administración, tesorería, comunicación. Todo eso tiene que estar bien organizado”, dice Juan Pablo de la Villa, encargado de comercialización de la UTT.
Hace una década que funciona la cooperativa Caracoles y Hormigas en la localidad bonaerense de Villa Adelina. “La comercialización estaba mal vista porque venía un capitalista que aprovechaba tu fuerza de trabajo y te pagaba dos mangos. Fue construir otro tipo de vínculo, tejiendo redes y con acuerdos solidarios con productores”, recuerda Vanesa Della Casa y menciona las experiencias de Puentes del Sur, el Mercado de Bonpland, Red Tacurú y espacios de feria.
Señala programas como Argentina Trabaja, que ayudó a visibilizar experiencias rurales. Destaca que es fundamental el apoyo del Estado, que en los últimos años fueron desguazados por el macrismo. Entonces surgieron otras formas de comercialización. La venta de verduras del productor al consumidor cobró fuerza en sectores populares. El bolsón de verduras (de entre cinco y ocho kilos) ya está instalado.
“En relación a lo que pasa en el mundo, aquí se está avanzando mucho, quizás también por ser uno de los países con mayores problemas respecto a los agrotóxicos. Hay una conciencia del consumidor, que se dio cuenta que por los canales convencionales no tiene acceso a alimentos que puedan tener cierta seguridad. Esa demanda ha hecho que aparezcan diversidad de alternativas”, afirma Nazaret Castro, magíster en economía social y autora del libro La dictadura de los supermercados.
Destaca las diferencias de los modelos en pugna: “En un Carrefour nadie sabrá decirte en las condiciones en que fueron producidas las verduras o la leche. En los circuitos de la economía social recuperás el derecho a preguntar: si los productos tienen agrotóxicos, de dónde vienen, cómo son las condiciones laborales. Y también tiene que ver con el tejido de confianza, con la posibilidad de que se establezca un vínculo humano. Quizás por eso la gente que empieza a buscar alternativas de consumo no vuelve atrás. Hay algo muy satisfactorio en el hecho de crear y tejer otro tipo de vínculos”.
Secretos de un negocio redondo
Menos conocida que la brecha exagerada entre los precios pagados a productores y proveedores y los expuestos en las góndolas, es el hecho de que para los súper e hipermercados muchos productos son prácticamente gratis: los proveedores pagan altas sumas para “entrar”; muchas veces esto equivale a regalar su primera venta. Además, el súper "compra" a un precio bajísimo que impone recién cuando el producto es abonado por el cliente en caja. O sea, los productos están en “consignación” en las góndolas, y si vencen o cambian los precios por la inflación, el proveedor tiene que hacerse cargo.
Sumado a esto, cobra varios meses después. Son comunes los pagos a 180 días o más, tiempo en el que ese dinero que el supermercado ya ganó sin pagar un centavo es utilizado para inversiones financieras.
A través de este tipo de maniobras, los supermercados multiplicaron sus márgenes de ganancia, y en poco tiempo se transformaron en formadores de precios, al amparo de un Estado que permite prácticas anticompetitivas, prohibidas en muchos países.
“Ofrecen productos cada vez más homogéneos, bajo una apariencia de colorida diversidad. El modelo de la gran distribución alimenta una cadena socialmente injusta y ambientalmente insostenible, basada en la deslocalización de la producción y en la externalización de los costos socioambientales”, señala Nazaret Castro.