China aprobó el 29 de abril la soja HB4, publicitada como "tolerante a la sequía" y al agrotóxico glufosinato de amonio, y desarrollada en conjunto por el Conicet y Bioceres, la empresa argentina donde son accionistas Hugo Sigman y Gustavo Grobocopatel. Se trata de la primera vez que China aprueba un desarrollo transgénico argentino. Días después, el 6 de mayo, Australia anunció la aprobación del trigo HB4, el primero transgénico a nivel global, que hasta ahora fue resistido por productores, acopiadores y organizaciones ambientales en el país y también en Brasil, principal comprador de la Argentina.
Ambos desarrollos transgénicos fueron creados por la científica Raquel Chan —al frente del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral, que depende del Conicet y de la Universidad Nacional del Litoral— en asociación con la empresa Bioceres. La supuesta "resistencia a la sequía" es el gran avance tecnológico que se destaca del trabajo de Chan, que se marca como "sustentable" frente al cambio climático, mientras que su resistencia al glufosinato de amonio no es mencionada, aunque se trata de un herbicida más tóxico que el glifosato y prohibido para uso agrícola en la Unión Europea.
El trigo HB4 fue aprobado por el Ministerio de Agricultura en 2020 bajo la condición de que primero debía ser habilitado por Brasil para su comercialización. En 2021, a pesar de la resistencias, el país vecino finalmente dio el visto bueno para la comercialización de harina elaborada con trigo HB4, pero se abstuvo de autorizar la semilla. Lo que dejó abierto un interrogante sobre el cumplimiento de lo establecido por la Resolución 41/2020. Ahora, con el permiso obtenido en Australia se da otro paso para la producción del trigo transgénico, que en la Argentina ya había comenzado a ser cultivado por Bioceres a pesar de las trabas en la comercialización.
Por su parte, la soja HB4 fue aprobada en la Argentina en 2015. Su comercialización también estaba supeditada a la aprobación de China, el mayor comprador de soja del país. El trámite de aprobación de la soja HB4 fue presentado al gigante asiático en 2016 y con la resolución que autoriza el cultivo en el país, China se suma a Estados Unidos, Brasil, Paraguay y Canadá, que ya habían aprobado el desarrollo. Dichos países representan aproximadamente el 85 por ciento de la producción global de soja.
A pesar de las restricciones comerciales, Bioceres venía sembrando tanto soja como trigo —en 2020 fueron 6000 hectáreas en cinco provincias— bajo un mecanismo de “identidad preservada”, dentro del "Programa Generación HB4". Según la empresa biotecnológica esto es “aplicando protocolos que garanticen que la producción no se comercialice ni se mezcle con otras variedades autorizadas”. Esta forma de producir bajo protocolos no se publicita e ignora las advertencias de contaminación cruzada entre granos durante el acopio o por la acción de roedores o aves.
Los transgénicos como fuente de dólares
El Gobierno no tardó en celebrar la aprobación en China y Australia —lo que también significa el ingreso a Nueva Zelanda, nación que comparte el organismos de control con su país vecino— y reunirse con los impulsores de estas tecnologías del agronegocio.
El gobierno nacional valoró la medida tomada en China como “de gran impacto para la Argentina, ya que China es el principal importador mundial del poroto de soja”. El oficialismo avizora una posibilidad de aumentar los granos de soja exportados, en coincidencia con el Plan de Promoción Agroindustrial que impulsa junto al Consejo Agroindustrial Argentino, para alcanzar las 200 millones de toneladas de cereales y oleaginosas para 2030. Ese incremento de exportaciones ocurrirá sin incremento a las retenciones, ya que el Gobierno confirmó que no tocará los derechos de exportación, tal como reclamaron los sectores concentrados del agro en los recientes "tractorazos".
El 4 de mayo, el presidente Alberto Fernández mantuvo una reunión con Raquel Chan, creadora de las tecnologías HB4, junto al Ministro de Ciencia, Daniel Filmus; y el ministro de Agricultura, Julián Domínguez. Luego de la reunión con Chan, Filmus celebró: "La aprobación por parte del Gobierno chino de la soja transgénica argentina es un ejemplo virtuoso de la articulación público-privada que demuestra además la importancia de fomentar la inversión en Ciencia y Tecnología frente a aquellas voces que recomiendan no hacerlo y administraciones que hace no mucho tiempo incluso la redujeron".
Filmus destacó además que este logro “se traduce como el éxito de una industria pujante que permite agregar valor y generar trabajo allí donde están las materias primas, para así poder ampliar la capacidad productiva de las provincias, que en general, como en el caso de la soja, no se agota solamente en el cultivo sino en la industria”.
A su vez, la científica Chan destacó que la aprobación del cultivo de soja HB4 "tiene un impacto simbólico, por un lado, ya que implica tecnología argentina que se exporta al exterior, y, por otro lado, la cantidad de divisas que pueden ingresar al país".
Una vez conocida la noticia de la aprobación del trigo HB4 por parte de Australia, Filmus declaró que es "otro enorme paso adelante que da cuenta de la calidad y el potencial que tiene la ciencia en nuestro país. En una nota publicada en el medio El Cronista, el funcionario puso el eje en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional: "El compromiso asumido por nuestro gobierno, e incluido específicamente en el acuerdo, de cumplimiento de la Ley de Financiamiento de la Ciencia y la Tecnología, aprobada por unanimidad en 2021, permitirá multiplicar por cuatro la inversión pública en los próximos años y, consecuentemente, permitirá multiplicar también el desarrollo de productos tecnológicos sustentables que, como el HB4, fomenten el ingreso de divisas".
Soja y trigo HB4: más tóxicos en los campos
Las tecnologías HB4 son destacadas por sus creadores por la prometida resistencia a la sequía y supuestos mayores rindes, lo que implica las posibilidades de ampliar la frontera agropecuaria a otras regiones del país. "El gen HB4 mejora la capacidad de adaptación de las plantas a situaciones de estrés sin afectar su productividad", dicen sus creadores. No obstante, estas plantas genéticamente modificadas implican el uso de glufosinato de amonio, un agrotóxico más potente que el glifosato.
Investigadores del Laboratorio de Ecotoxicología de la Universidad Nacional del Litoral —casa de estudio en la que también trabaja Raquel Chan— demostraron, en estudios publicados en 2013 y 2014, que el glufosinato es neurotóxico y genotóxico en anfibios. Es decir que inhibe la transmisión del impulso nervioso (por eso se lo llama neurotóxico) y afecta la división celular (genotóxico). La relevancia del estudio realizado en anfibios radica en que estos animales tienen características similares a las de los vertebrados, entre ellos los seres humanos.