Por Ailín Bullentini
Es la madrugada del 25 de julio de 1976 y la familia Pedernera duerme ya en su flamante casa en Sañogasta. Se habían mudado en febrero, después de terminar de construirla con mucho esfuerzo. El silencio de la noche es interrumpido con un llamado a la puerta. “Wence no abras”, le dice “Coca” a su esposo. Sabía de las amenazas y temía. En pijamas, Wenceslao Pedernera se levanta. “Mirá si es alguien que necesita algo”, intenta tranquilizar a su mujer. En pocos pasos llega a la puerta, donde lo reciben con una ráfaga de balazos. Cae en el piso del comedor. La patota cree que el trabajo estaba hecho y huye. Pero Wenceslao todavía vive. Morirá horas después en el hospital de Chilecito, en una camilla, solo, gritando de dolor.
“Comunista”, “guerrillero”, “terrorista”, le decía casi todo Sañogasta —a excepción de dos curas y algunos pocos vecinos— a Wenceslao Pedernera, un trabajador rural y catequista que, desde el Movimiento Rural Cristiano de La Rioja, dedicó la última década de su vida a “construir comunión, unir a hombres y mujeres para que trabajaran juntos y mejorar así sus condiciones de vida”, dice Martha Cornejo, “Coca”, su viuda. Por eso fue asesinado. Tenía 40 años.
Gonzalo Llorente hoy es cura, pero cuando convivió con Wenceslao Pedernera, era un adolescente que estaba buscando en “dónde se veía más claramente reflejada la palabra de Dios”, cuenta en diálogo con Tierra Viva. Fue poco más de un año de intentar establecer una cooperativa de trabajo entre peones rurales explotados de Vichigasta, entre 1974 y 1975, con otros integrantes del movimiento fundado por Monseñor Enrique Angelelli.
“Wenceslao era un hombre de alma campesina, un empecinado del sueño campesino de la tierra para el que la trabaja en forma comunitaria y compartida”, lo define Llorente. Debieron abandonarlo cuando empezaron a recibir las primeras amenazas. Diez días después del asesinato de Pedernera, Angelelli falleció en un atentado sucedido en el marco de la última dictadura cívico-eclesiástica-miltiar disfrazado de accidente vial.
Ambos fueron beatificados —una especie de reconocimiento institucional sobre su “capacidad de interceder en favor de las personas que rezan en su nombre”— en abril de 2019 junto a los curas de Chamical Gabriel Longeville y Carlos de Dios Murias, asesinados el 18 de julio de 1976. “Que su ejemplo apoye a los que trabajan por una sociedad más justa», dijo el papa Francisco sobre ellos.
Wenceslao Pedernera, los obreros viñateros, la biblia y los movimientos rurales
Pedernera nació en San Luis en 1936. Estudió poco y trabajó mucho junto a su familia, en tareas rurales agrícolas. Después de hacer el servicio militar obligatorio se radicó en la ciudad de Rivadavia, Mendoza, porque allí fue donde consiguió trabajo de peón rural en la Finca Gargantini. Llegó a ser delegado del sindicato de obreros viñateros. A comienzos de la década de 1960 se casó con Martha Cornejo, hija de los dueños de la finca. Fue a través de ella y su participación en la Novena a la Virgen de la Carrodilla, patrona de los Viñateros, que Wenceslao se acercó a la religión.
Le gustaban los encuentros de charlas sobre la biblia más que acudir a la Iglesia a misa. Con el correr de los meses fue relacionándose con el Movimiento Rural de Acción Católica (MRAC) que, por ese entonces, también había hecho pie en el nordeste argentino. En Chaco y Formosa empezaba a prender el germen de las Ligas Agrarias. Para fines de la década, Wenceslao y “Coca” ya eran parte del movimiento y él, referente en Mendoza. Faltaban unos años, todavía, para que hicieran pie en La Rioja.
Cuenta Luis Miguel Baronetto, ex secretario de Derechos Humanos de la ciudad de Córdoba, en su libro Mártires del Evangelio que en 1972, que el matrimonio fue unos días a La Rioja a participar de unos talleres de formación del Movimiento Rural Cristiano (MRC) de esa provincia, fundado por monseñor Enrique Angelelli, luego de que el Episcopado argentino rompiera “de un momento para otro los vínculos” con el MRAC y diera libertad de acción a las diócesis provinciales.
“Cuando quienes aportaban recursos para el sostenimiento de las estructuras eclesiásticas empezaron a ver qué pasaba con las Ligas Agrarias, comenzaron a mirar con recelo al MRAC. Nada más lejos de sus intenciones que el financiar un movimiento revolucionario”, reconstruye Llorente.
El Movimiento Rural Cristiano
Wenceslao y “Coca” se mudarían a La Rioja junto a sus tres hijas María Rosa, Susana y Estela. La más grande de ellas lo recuerda como “un padre muy presente”. “Si bien no era de mucho hablar, con nosotros siempre fue consejero, compañero, cariñoso. Con el resto, con todo su entorno, siempre fue muy observador y de escuchar”, lo describe María Rosa. La observación y la escucha son dos características que sirven para hipotetizar por qué Pedernera acaba ligado a Angelelli, cuya diócesis comienza en 1968.
“La primera medida de monseñor Angelelli fue la de observar”, advierte Llorente, que hoy es sacerdote de la provincia. “Convocó a curas, sacerdotes, laicos, religiosas a recorrer la provincia, a observar cómo vivía el campesinado, a escuchar a sus integrantes. No vieron otra cosa que pobreza extrema”, relata el sacerdote riojano.
En ese momento, La Rioja se debatía entre obrajes madereros, con el ferrocarril como sector demandante de materia prima para los durmientes, y la transición hacia la producción ganadera. La tierra había acabado en las manos de un puñado de familias de la oligarquía local y de algunos pocos “obrajeros”, que al entrar en crisis la industria maderera, empiezan a ver la veta en la cría de ganado.
“Le compran por dos pesos los derechos de tenencia de la tierra a pequeños productores y los fueron corriendo. Era dramático”, describe Llorente. El trabajo campesino lo hacían los peones rurales: hacheros, ganaderos, oliveros, peones rurales a quienes terratenientes y obrajeros pagaban “miseria, incluso hasta con vales para gastar en las tiendas de su propiedad”. De esas recorridas, concluyen en dos planteos para empezar a mejorar esa vida: el tema de la tierra y el tema del agua.
Con la intención de dar respuesta a esas dos principales problemáticas, el MRC riojano se comprometió de lleno con la experiencia de la Cooperativa de Trabajo Legítima (Codetral). El plan lo habían propuesto Carlos Di Marco y Rafael Sifre, dos mendocinos cercanos a la iglesia, que en el trayecto de aquellos años se conocieron con Wenceslao y “Coca”, y se sumaron a la iniciativa de Angelelli de una iglesia al servicio de los pobres y explotados.
Di Marco y Sifre se fueron para la zona norte de la provincia, en la zona de Aminga. Localizaron un latifundio abandonado que había sido propiedad de la familia Azzalini, poderosa en el territorio, pero que entonces estaba en sucesión. Los dos y un pequeño grupo de religiosas se establecen en la zona y empiezan a recorrer, a observar y a escuchar a una “cantidad grande de trabajadores rurales sin tierra, explotados, sumidos en la extrema pobreza”.
Entonces, concluyen en que el armado de una cooperativa con base territorial en el latifundio de los Azzalini puede mejorar la calidad de vida de esas familias de trabajadores. “Angelelli apoyó por supuesto la idea, pero en el pueblo y alrededores, al poder territorial no le gustó para nada”, recuerda Llorente.
Las rispideces con Di Marco, Sifré, las religiosas y Angelelli llegó a su máximo el 13 de junio de 1973, cuando una treintena de hombres echaron a piedrazos, insultos y punta de pistola al obispo provincial y a los sacerdotes Antonio Puigjané y Jorge Danielini, que lo habían acompañado a Anillaco para dar la misa de San Antonio, el patrono de la ciudad. “Rojo”, “marxista”, le gritaban. “Venís a expropiar”, lo acusaban a monseñor.
La patota se presentó con el nombre “Cruzados de la Fe”, defensores plenos de la propiedad privada por sobre todas las cosas. Entre sus integrantes figuraron Amado, César y Manuel Menem, hermanos y primo del ex presidente Carlos Menem; José Ricardo Furey, quien fue asesor del ex presidente en el Senado, Tomás y Luis Alvarez Saavedra, fundador del diario El Sol y su hijo.
Ese día, Angelelli dio por perdida la promesa de campaña que le había hecho Carlos Menem en su carrera hacia la gobernación de expropiar las tierras a la familia Azzalini y otorgárselas a Codetral. Menem fue gobernador finalmente en 1973. Y la expropiación para Codetral no ocurrió. De Aminga, Di Marco, Sifré y las religiosas fueron echados de sus viviendas con incendios y robos.
La Buena Estrella, tierras con campesinos
Para 1973, Pedernera viajaba seguido a La Rioja, entusiasmado con la consigna que trabajaba Angelelli: “campesinos con tierras-tierras con campesinos’ que trabajaba Angelelli”. El rol de Wenceslao era el de articular con sindicatos y otras cooperativas, que se iban generando en el oeste riojano, en el marco de la Coordinadora de Cooperativas del movimiento.
Ese año la diócesis adquirió con la ayuda de un grupo de religiosas un campo en las afueras de la ciudad de Vichigasta, al oeste de la provincia de La Rioja, que venía con nombre: La Buena Estrella. Tenía más de 300 hectáreas. Allí se termina instalando Wenceslao con toda su familia.
María Rosa recuerda que vivieron en un salón grande al que dividieron en cuatro piezas para que cada quien tuviera su espacio: la familia Pedernera, Carlos Di Marco, Rafael Sifre y Gonzalo Llorente, que para entonces era un joven de 18 años recién llegado de Buenos Aires y se suma al grupo. “Había muchas posibilidades de agricultura”, recuerda él. El proyecto era hacer un tambo, sembrar alfalfa, vender leche en Chilecito incorporando a los vecinos, puesteros productores de cabras. Angelelli los iba a visitar seguido.
Además del trabajo de campo, con la tierra, Wenceslao predicaba. Cuenta su hija que “solía reunir a las personas para conversar lo que se necesitaba, lo que se podría hacer juntos para alcanzarlo y predicaba, medio que con una cosa iba mechando la otra”. En la gran casa donde todos vivían se hacían reuniones con los peones o en la Iglesia. “Buscaba compartir lecturas que luego pudieran aplicarse a nuestros propios días. Le interesaba mucho que la gente se uniera”, continúa María Rosa.
No alcanzaron a avanzar demasiado en el proyecto. En 1975 llegó con la Triple A y una persecución directa hacia Angelelli. “Un día vino hasta allá y nos dijo que no nos podía garantizar la seguridad entonces propuso hacer un impasse. Carlos, Rafael y yo nos fuimos para la capital (de la provincia)”, cuenta Llorente. Y “Wence”, como le decían sus compañeros y su familia, se fue con los suyos a Sañogasta.
Sañogasta, Wenceslao Pedernera el mártir campesino
“Nos fuimos un tiempito antes de que se empezara a poner feo para mi papá y nosotros”, relata María Rosa. Se establecieron primero en el campo de una laica francesa que, por intermedio del párroco del lugar y su coterráneo Andrés Serieye, les prestó su campo para que Wenceslao lo pudiera trabajar y así tuviera para comer. Dieron catequesis en la parroquia de las afueras del pueblo, intentó construir una unión que superara lo netamente religioso y derivara en un trabajo colectivo. No llegó.
En febrero, se mudaron a la casa que construyó de cero. Y adonde pensaba conformar, a pesar de la fricción que le demostraba el pueblo con excepción de muy pocas personas, una nueva cooperativa: Nuevas Esperanzas Campesinas de Sañogasta (Nuecas), la había llamado.
Pero ese pueblo “era semifeudal, una especie de tutela bajo la propiedad de la familia Brizuela y Doria, que odiaba violentamente a toda la propuesta de monseñor Angelelli. Nunca iban a aceptar que Wenceslao desarrollara ninguna experiencia cooperativista allí”, señaló LLorente.
Wenceslao comenzó a recibir amenazas a principios de 1976. “Yo le pedí que nos fuéramos, que me daba miedo”, dice Martha “Coca” Cornejo al teléfono. La madrugada del 25 de julio le pidió que no se levantara, que no atendiera la puerta. Según documentos judiciales, fue una “comisión conformada con varias personas a bordo de dos automóviles” la que llegó a la casa de Wenceslao entre las 2.30 y las 3 de aquel día.
“Habrían llamado a la puerta, y al ser atendidos por Pedernera, uno de los nombrados habría disparado sobre la persona de la víctima sin mediar diálogo alguno”, dice el auto de procesamiento de Eduardo Abelardo Britos, el único acusado por el asesinato de Wenceslao Pedernera, hasta ahora, por el Poder Judicial riojano.
Con la ayuda de un vecino, “Coca” logró llevar a Wenceslao, herido, hasta el hospital de Chilecito. Los recuerdos de María Rosa se posan en esa noche: “Nosotras tres —ella y sus hermanas Susana y Estela— estábamos en un pasillo, abrazadas, llorando. De lejos, veíamos la pieza donde estaba mi papá y a mi mamá y a una enfermera cortándole el pijama para poderlo desvestir. No entendíamos nada. En eso, sentimos que alguien viene corriendo. Varias personas. Hombres que venían de verde. Llegaron hasta donde estábamos nosotras y con armas largas nos empujaron contra la pared. Las armas en nuestra panza”.
El grupo militar se llevó a “Coca” de la sala en la que estaba Wenceslao y la dejaron junto a sus hijas en otra sala del edificio. “Acá se van a quedar. Quedan detenidas e incomunicadas”, fue la orden. Estuvieron detenidas en la sala del hospital de Chilecito hasta la mañana del 27 de julio. “Recién ese día nos avisaron que podíamos ir a ver a mi papá en la morgue”, recuerda María Rosa.
A “Coca” le tomaron declaración. “La volvieron loca preguntándole dónde estaban los curas, dónde guardaban las armas”, destacó su hija. María Rosa, aquella noche, oyó los gritos de dolor de su papá muriéndose solo, sin atención.
Memoria, verdad y justicia
Hacía nueve años que la extradición de Eduardo Abelardo Britos, desde Paraguay, había sido solicitada en otros casos de violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura cívico eclesiástica militar por los que fue acusado y condenado. La causa por el asesinato de Wenceslao Pedernera recibió un nuevo impulso desde que la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación se constituyó como querellante en 2020, cuando amplió la extradición del represor por esos y otros hechos. Finalmente, Britos fue indagado en septiembre de ese año y procesado hace algunos meses.
En 1976, Britos era alférez de Gendarmería de Chilecito y, según la acusación que pesa sobre él de parte del Ministerio Público Fiscal, durante la última dictadura “actuó directamente en detenciones e interrogatorios en violación a los Derechos Humanos y en las tareas propias de inteligencia que tenía como fin determinar como ‘blancos’, las personas que el sistema represivo debía eliminar”. Pedernera era uno de ellos.
Britos será próximamente juzgado por los otros casos de secuestros y torturas en la provincia. La querella de la Secretaría de Derechos Humanos solicitó que el caso de Pedernera sea unificado con aquellos. Llorente le da una vuelta de tuerca a la idea de “peligrosidad” que recaía sobre Angelelli y las personas que buscaban con él mejorar la vida de los más necesitados: “Wenceslao no era un hombre de conflicto. Era pacífico, de pocas palabras, de trabajo muy firme junto a sus hermanos campesinos. Pero su proyecto sí era conflictivo, conflictivo para el poder de La Rioja. Lo de “Wence” fue un sueño insolente que no se lo iban a permitir”.