Por Maricel Cioce
Ilustraciones: Emiliano Guerresi
Zito me moja los pies y siento caer los chorros sobre la piel quemada. Sólo es un manchón, aunque no puedo acordarme cómo pasó. Siempre hay bichos que te pican, pero uno así tendría que haber sido enorme. A veces los veo, se quedan en el marco de la puerta destartalada o pegados en las frazadas que usamos para taparnos a la noche. Dice la maestra que, si hay miles y miles de bichos larvas, todos juntos, pueden deshojar este campo en un periquete.
El agua fría y la bocina de un camión que pasa por la ruta me obligan a levantarme. Zito y Barriga ya están listos, la vieja los sacó de la cama de un tumbo y parece que, a mí, esta vez, me tuvo lástima. Zito tiene la cara siempre sucia de revolcarse por la tierra y molestar a las gallinas. Es el más chico de los tres, pero la vieja no lo enchurna, lo trata igual que al Barriga. A éste le decimos así porque es un hilo de flaco. Aunque los tres somos un alambre, casi que se nos ven los huesos. Nos calzamos los bolsos y caminamos, son tres kilómetros para llegar a la escuela, sé que va a ser mi último año.
La vieja quiere que estudie, pero no puedo verla llevar sola el peso de la guadaña. Las gurisas son chiquitas y falta para la primaria. Yo no tengo interés en calentar el banco, prefiero quedarme en el campo haciendo fuerza con ella. Además, me gusta, tendría que ir a lo de Don Julio para que me tome como peón. Mi viejo trabajó con él en el cultivo de soja y maíz antes de que se enferme y estire la pata. Empezó en el tambo pero Don Julio lo cerró y se dedicó al cultivo, así que tuvo que aprender a manejar la siembra directa y a fumigar con mosquito. Hacía los 10 kilómetros en bicicleta, arrancaba cuando estaba por amanecer y volvía cuando el sol se mete pa’ dentro.
Pero por uno que se va viene otro, y nació Lila, que no lo conoció. Ahora ya tiene 2 años. A veces la vieja dice que la mira a ella y lo ve a él. Que es un regalo que Dios le dio por la ruina de habérselo llevado. Cuando la piba le pone carita de cachorro, la puede en todo.
—¡Soltá guacho! —grita Barriga mientras revolea una patada. Llegamos a la escuela y el perro de siempre le muerde el bolso azul.
—Ahí viene la seño con Belén —dice Zito.
—¡Vayan pa’dentro! —les ordeno, y me tienen que hacer caso porque soy el mayor.
—Callate, Damián —me contesta Barriga mientras camina hacia el umbral.
Me apuro para abrir la tranquera y darles paso. La sigo a Belén. En la escuela no nos separamos, a los dos nos gustan los animales. Con los terneros es difícil, hay que llevarlos a los cebaderos para que engorden y, después de un tiempo, los sacrifican. Ya vi cómo lo hacen con varios. El otro día, yo mismo abrí un chancho.
Le hice un tajo de lado a lado, ahí mismo ensarté el guinche para dejarlo boca abajo y lo degollé. La ayudé a la vieja que venía complicada de ganas y se dedicó a encender el fuego y lavarle las tripas. Después hizo un rezo y comimos la carne asada.
A Belén las matanzas no le gustan. Una vez se encariño con una vaquilla y le puso María. Después de un mes la hicieron despedirse antes de que la achuraran.
Lloró. No sé si ese saludo fue peor.
Suena la campana y corro. Belén, Zito y Barriga también. Nos queremos ir rápido y le metemos marcha a los primeros cuatrocientos metros, hasta que quedamos con la lengua afuera. Belén da pasos más cortos, baila y gira. Nosotros le tiramos piedras a los tobillos, pero después de un rato paramos porque nos las devuelve apuntando al cuerpo. Todavía nos quedan dos kilómetros.
—Damián, cantá una —me dice Belén.
—No.
—¡Dale Damián! —insiste.
—¡Que can-te, que can-te! —corean los tres.
—Paren, paren che... —carraspeo y entono.
Una voz bella,
¡quién la tuviera!
para cantarte toda la vida,
pero mi estrella me dio este acento,
y así te siento, tierra querida .
—Atrapalo al Dami, eh! —dice Barriga.
Hace calor, vamos pateando sapos secos para hacer otra cosa además de caminar. Mientras avanzamos escucho un ruido, parece el aleteo de miles de pájaros acercándose y veo venir una avioneta color naranja. Está bastante cerca y veo también al hombre que maneja. Ahora gira, casi sobre nuestras cabezas, y se aleja un poco más allá. Sube, le sale espuma de la panza y dibuja trazos que se confunden con las nubes en el aire. Nunca habíamos visto algo así, nos divierte. Le digo a Belén que un día la voy a llevar a pasear ahí, ella se ríe. Zito y Barriga me hacen burlas. Antes de llegar al rancho pasamos por lo del arriero, que nos tiene preparada una bolsa de frutas. A veces nos regala porque nosotros le hacemos mandados cuando vamos para la escuela. En la entrada del rancho la veo a la vieja con la comida lista en la cazuela, la tiene bien agarrada con las dos manos.
Al otro día me levanto como siempre, vuelven los chorros de agua que me prepara Zito, la mancha parece más grande. Se repite la rutina del viaje pero me pica el cuerpo. Entramos al aula, los bancos son chicos y nos sentamos de a dos, hoy me molesta estar tan pegado porque no me estoy sintiendo muy bien.
Hoy la maestra llegó seria y dijo que tenía que decirnos algo, que era muy importante que estemos al tanto. Abrió un mapa de la República con sombreados verdes en algunas partes para mostrarnos los cultivos de esos lugares. Dijo que el asunto es la plaga. Que para sacarla fumigan con droga pura que la mata pero que es muy peligrosa para nosotros, que no somos plaga. Nosotros empezamos a hacer preguntas, ella dijo que hay aviones que están pasando muy seguido, me quedo medio confundido. Cuando nos estamos yendo, cuelga un cartel de “prohibido fumigar”.
Con los días, las manchas de la piel se desparraman como mancha de vino.
La vieja me lleva al dispensario y ahí nos hacen estudios de sangre, la enfermera dice que hay muchitos pacientes, que ya no cabe ni un gorrión. Tengo algo que no entendí bien, pero que está en la sangre y que es muy malo. Que me come por dentro.
Nos vamos caminando con la vieja. No hablamos, pero vemos que, desde el campo de don Julio, un humo blanco vuelve a cubrir el cielo, como avisando estemos preparados para las toses y las manchas.
Cerca de la higuera seca, se nos aparece Santa Rita, yo creo que para ver si todo esto era cierto. La vieja se quedó mirándola, esperando un milagro. Tal vez, que las manchas se conviertan en rosas, y nos curen de este error.