Por Valeria Ana Mosca* y Agustín Suárez**
Más de 150 familias campesinas del cordón hortícola de La Plata, Florencio Varela y Berazategui acamparon al costado de la Autopista Buenos Aires-La Plata. Era fines de marzo del 2014 y la consigna central era clara: “La tierra para quien la trabaja”. La Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) estaba al frente del reclamo, tras haber impulsado diversas acciones directas para visibilizar las problemáticas del acceso a tierras y la necesidad de mejora en las condiciones de vida y de trabajo de los productores. Pero, sobre todo, aquella acción puso en evidencia una realidad aún desconocida para la mayoría de la población: la situación de miles de familias que producen alimentos para millones de personas y que no figuraban en el discurso de ningún político, ni en el presupuesto de ningún plan de gobierno, ni en los informes de los medios de comunicación.
En ese acampe se reclamaban dos cuestiones. Por un lado, que avance la propuesta de Colonia Agrícola Integral de Abastecimiento Urbano —que más tarde se transformaría en las Colonias Agroecológicas de la UTT—. Por otro lado, que se financien políticas vinculadas con la agroecología. La problemática de los agrotóxicos, entendida como un problema de salud tanto como económico, ya era muy fuerte entre los productores. La agroecología ya comenzaba a resonar entre las quintas como una alternativa hacia una mayor autonomía productiva y una vida mas saludable.
A partir de ese día, el proceso agroecológico tomó fuerza con la consolidación del equipo técnico de la organización —el Consultorio Técnico Popular (CoTePo)—. Su metodología de campesino a campesino abrió el camino para que que muchas familias comenzaran, poco a poco y con constancia, a “animarse a producir de una forma más parecida a como lo hacían nuestros padres y abuelos”, una frase que se escuchaba habitualmente en los talleres.

Pronto se pusieron en marcha las primeras parcelas agroecológicas en aquellas quintas donde alguna familia se “animaba”, mientras los talleres se multiplicaban en las chacras con los propios campesinos al frente. Al mismo tiempo, avanzaba un proceso intenso y sostenido de formación de técnicos campesinos.
La inauguración de las primeras colonias agroecológicas fueron una victoria para las familias productoras: la posibilidad concreta de vivir y trabajar dignamente, como se había planteado en aquella consigna inicial. A su vez, representó un avance para toda la sociedad: más alimentos sanos, a precios justos y pasos firmes en la construcción de la soberanía alimentaria. Actualmente algunas de estas experiencias se desarrollan en tierras del Estado nacional, bajo amenaza de ser puestas en venta mediante decreto por el gobierno de Javier Milei. Ello enfatiza la necesidad de aprovechar momentos donde la correlación de fuerzas es mas favorable para avanzar con medidas que fortalezcan la producción agroecológica.
En definitiva, a pesar de las idas y vueltas, las crisis económicas, los cambios de gobierno, la discontinuidad de políticas y financiamiento a la producción, desde aquel acampe en el 2014 hasta hoy fueron creciendo tanto el número de familias como las hectáreas de producción agroecológica.

La Diplomatura en Agroecología: un nuevo hito en la disputa por otro modelo
Con el paso de los años, la experiencia fue dando forma a una modelización de la propuesta productiva que permitió la masificación y la expansión nacional de la agroecología dentro de la organización. Los talleres se transformaron en módulos de cinco instancias formativas, donde participaban no sólo las familias interesadas, sino también el conjunto de delegados y dirigentes de la UTT. Se construyeron plantineras agroecológicas y biofábricas para facilitar el acceso a insumos; y en San Juan se impulsó la primera producción de semillas agroecológicas, un proceso que continúa hasta hoy con la diversificación de variedades. Esta modelización y nacionalización constituyen experiencias concretas que luego pueden proyectarse como propuestas de políticas públicas que sean capaces de disputar la lógica dominante del modelo agropecuario en Argentina.
En paralelo, muchos productores y productoras adultos manifestaron su deseo de completar la escuela primaria y/o secundaria. De allí nació la Escuela Campesina: una propuesta educativa que garantiza la posibilidad de acceder a la certificación formal educativa, pero con una pedagogía enraizada en los saberes populares, donde la agroecología, la soberanía alimentaria y el enfoque de género son ejes centrales.

Con el tiempo, a medida que los cursos avanzaban, surgió de los propios estudiantes en diálogo con el resto de la organización, la iniciativa de crear una propuesta de formativa vinculada con la producción agroecológica con certificación terciaria. Ello permitiría dar continuidad a los egresados de la escuela secundaria campesina, poner en valor la experiencia de productores que ya practican la agroecología, sin haber finalizado sus estudios, y ofrecer un espacio de formación para quienes querían comenzar a producir alimentos sanos.
En el contexto económico y, sobre todo, social tan complejo, se alcanzó ese nuevo avance. A mediados de este año se lanzó la Diplomatura en Producción Agroecológica. En ella, la UTT vuelca la experiencia acumulada de años de formación, en articulación con la Universidad de Florencio Varela (UNAJ) y el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires —a través del Programa Puentes—. Las primeras cohortes de la diplomatura —cuyas inscripciones cerraron a principios de agosto— se están desarrollando en los Municipios de Berazategui y San Vicente, dirigida no sólo a productores, sino también a estudiantes de carreras afines y a toda persona interesada en aprender y compartir saberes sobre la producción de alimentos sanos.

La Diplomatura en Producción Agroecológica es de acceso abierto y gratuito, y no requiere estudios previos. Su objetivo es acercar la universidad al mundo productivo hortícola y campesino, fortaleciendo capacidades prácticas en el cuidado del suelo, la elaboración de bioinsumos, la diversificación de cultivos y la gestión de las fincas. A esto suma ejes centrales como la sustentabilidad, la salud, la soberanía alimentaria y la educación popular. La propuesta es flexible y se adapta a las particularidades de cada territorio, atendiendo sus realidades productivas y ambientales.
Con una duración de cuatro meses, combina clases teóricas, prácticas a campo y talleres con dinámicas participativas. El equipo docente reúne a especialistas de distintas instituciones —entre ellas INTA, el Ministerio de Ambiente y de Desarrollo Agrario de la provincia, la UNAJ y universidades como La Plata, Buenos Aires y Lomas de Zamora— junto con técnicos campesinos de la UTT. Esta diversidad garantiza una formación anclada en la experiencia territorial y en el diálogo entre saberes. Así, la diplomatura se consolida como una herramienta para expandir la transición agroecológica y disputar espacio frente al modelo agroindustrial dominante.
Más que un punto de llegada, la diplomatura es parte de un proceso en construcción. Se suma a las experiencias de colonias, escuelas y talleres populares como una herramienta clave para seguir posicionando a la agroecología y disputar el modelo de producción y consumo que hoy marca la agenda en el país.
* Valeria Ana Mosca es investigadora de UBA - CONICET y docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ) y coordinadora de la Diplomatura en Agroecología UTT-UNAJ.
** Agustín Suárez es coordinador de la Diplomatura en Agroecología UTT-UNAJ e integrante del Centro de Estudios de la Tierra-UTT.