Trashumancia
mayo 2, 2025
En el norte de Neuquén y el sur de Mendoza aún se vive una práctica milenaria, la trashumancia campesina e indígena: el trasladarse con las majadas a las tierras de pastoreo. En las épocas de verano es cuando los animales recobran fuerzas, con buenas pasturas como alimento principal. Luego se regresa a los campos de invernada, donde se sobrellevan los meses fríos. Los viajes —que pueden ser caminando, a caballo o mula— duran desde días hasta semanas por caminos de arreos, montañas y valles. Agustino Mercado, fotógrafo neuquino, registró uno de esos viajes campesinos cargados de historia y cultura.

Texto: Emmanuel Taub

Fotos: Agustino Mercado

I.

Salir a la meseta como quien sale a una batalla por la subsistencia. En realidad, toda salida del hogar es una batalla: contra el tiempo, contra el clima, contra el animal, contra uno mismo. Salir de la casa, salir a la vida. La trashumancia es la huella presente de una tradición que nunca ha dejado de pasar. Caminar como un tránsito, entre territorios ante los avatares del tiempo; la herencia de los padres y de los padres de los padres: trashumancia, transformación, transferencia. El hombre ante el desgarramiento del terruño, el hombre ante un tiempo que se renueva a cada instante junto al andar cansino del animal. El hombre ante su animalidad y la creación.

II.

Hacerse adulto junto a los perros. Cambiar de piel y de tierra entre los chivos y los perros, entre los árboles que a lo lejos se confunden con el horizonte y la montaña. ¿Quién es el adulto, el hombre o el perro? ¿Quién sigue a quién? En la errancia del pastoreo el perro también es hombre. Hacerse adulto sin perder el asombro, ese sentido diminuto que nos salva del exceso de realidad, del arrasamiento de lo real.

III.

El hombre y el animal, la bestia y la bestia. La animalidad del campo, del cuerpo, de la intemperie. Por la soledad de la precordillera caminan los trashumantes junto a los chivos de un lado a otro, siguiendo el ritmo de su naturaleza. La errancia del pastoreo, del ir y venir entre los animales, es una forma de vida. Una errancia que no es errática, sino que es movida por la necesidad: la trashumancia es la persistencia de la naturaleza animal en la vida humana, la vigencia de la tradición en el centro de un mundo ultramoderno. La errancia es la convivencia con el otro animal, que es otro y es uno mismo; que es el espejo que nos recuerda de nuestra propia animalidad.

IV.

El tiempo nos vuelve una foto en blanco y negro. El tiempo es el tiempo del ojo en el espacio. Qué es la fotografía, por suerte, sino la detención del alma en el instante. Robar el alma también es mostrarla, y exhibir el alma es un trabajo de preciosismo inigualable. La fotografía nos permite comprender que el alma existe y que se puede detener y llevarla hacia el frente de la existencia.

V.

El paisaje es una pintura móvil. Nada tiene un lugar o un por qué en el espacio de la intemperie. Entre los cardos y los arbustos, los chivos, los perros y los hombres se vuelven parte de esa naturaleza salvaje y desolada del mundo. Por un instante, la trashumancia es la fotografía del olvido, de otro mundo en medio de nosotros. Un mundo que ha estado ahí y que seguirá estando, más allá de los chivos, los perros o los hombres. Más allá del tiempo.

Fotos: Agustino Mercado

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