Fotos: Subcoop
Lloran los diablos. Después de tanta alegría es terrible escucharlos llorar. Escondidos cerca del río tardan en sacarse las mascaras, los trajes y la pasta del carnaval. En un rato se irán a mezclar con las siluetas que rodean la apacheta para el último homenaje a la Pachamama y tomar parte del entierro final. En el montículo que se está formando con las ofrendas —donde los otros ya están dejando su vino, su coca y su papel picado— quemarán el traje que usaron durante estos cinco días de embriague.
Lloran los diablos pero sus lágrimas no alcanzan a llenar el silencio negro de esta noche de febrero. El cerro ya no les devuelve el eco como el primer día cuando bajaron saltando y gritando, con la voz fina y penetrante de los pujillays (nombre que se le da a los “diablos” del carnaval).
Lloran porque terminó el tiempo de la tentación, de los topamientos y del amor loco. Lloran porque siempre se despide con tristeza lo que se vive con fuerza y alegría.
Saben que nada se puede rechazar en carnaval así que aceptarán este dolor como aceptaron los tragos que les convidaban en cada chaya y en cada invitación.
“Soltame Carnaval”, será ahora grito de súplica mientras caminan como hombres.