"Las paredes son la imprenta de los pueblos", reza el dicho popular. El muralismo en Andalgalá (Catamarca) confirma esa frase: recupera los paisajes, las raíces ancestrales y la organización contra el extractivismo que palpita en la provincia. A través de murales realizados en forma colectiva se denuncia que el agua que se llevan las mineras son para la vida y no para un modelo que arrasa con la naturaleza y los bienes comunes.
Andalgalá lleva tres décadas resistiendo a la megaminería. A las más de 600 caminatas que se realizan allí todos los sábados se suma el acampe en Choya, que desde 2021 busca detener las máquinas del proyecto minero MARA (Minera Agua Rica Alumbrera), que operan las multinacionales Yamana Gold, Glencore y Newmont.
Eliana Guerrero, una de las muralistas del lugar, entiende el oficio del arte como un compromiso: "Trato de englobar esos sentires y esos pensares ideológicos y políticos en el mural como herramienta artística y del arte público". Mujeres campesinas e indígenas, cielos estrellados, cerros y cursos de agua representan aquello que está en riesgo a medida que avanza un modelo económico que colisiona con el derecho de las comunidades a un ambiente sano. Esos mensajes, pintados sobre tapiales, paredes de casas de familia o de edificios públicos expresan demandas que, para Catamarca, son cotidianas.
"El extractivismo tiene un perfil muy europeo y machista"
En 2018 se pintó un mural en una de las fachadas laterales de la Secretaría de Cultura de Andalgalá. Eliana Guerrero fue la "artivista" encargada de hacer el boceto. "Fuimos a La Aguada, que es el paisaje que se puede ver retratado en la obra. La idea era que esté presente la mujer, con todos los rasgos originarios de nuestra zona andina diaguita-calchaquí, que se revalorice la Wiphala y la idea de que la Pachamama tiene esa figura femenina", relata. Su trabajo como artista se enhebra con discursos antirracistas, reivindicativos de la identidad marrón y del feminismo antiextractivista: "Nos parece urgente reivindicar nuestra cultura ancestral porque el extractivismo tiene un perfil muy europeo y machista".
De la realización de la obra participaron, además de Eliana, Luciana Guerrero, Nadina Guerrero, Joana Guerrero, Luciano Elnik y algunas niñas y niños.
Guerrero asegura que la propuesta estética es hablar desde la figura femenina, desde los rasgos originarios, desde la presencia de las madres, hermanas e hijas que sufren día a día el saqueo, la contaminación, la barbarie y la violencia del extractivismo minero.
Ninakerus: manos a la obra para el muralismo en Catamarca
El colectivo de artistas Ninakerus nació hace más de 20 años, producto de las luchas sociales que hay en el territorio. "Decidimos organizarnos para, desde el arte público, contar lo que estaba sucediendo", recuerda Claudia Tula. En sus inicios convocaron a artistas de Buenos Aires y con ellos fueron a Belén, donde estaba la Asamblea Belén Resiste.
Tula menciona que ese momento era "más crudo" para salir a pintar. "Teníamos más choque social, la policía minera nos tenía a maltraer y eso afectaba nuestro trabajo cotidiano. No podíamos conseguir obras o nos querían detener en la vía pública. Fueron épocas jodidas porque manejaban los métodos del gobierno de facto. Ahora también pero lo podemos hacer más visible, como cuando detuvieron a los compañeros y pudimos hacer el acampe", relata.
Ninakerus fue un nombre elegido por la poeta María Elena Barrionuevo, en cuya obra se inspira el trabajo plástico. Su libro "Nodrizas de la luz" cuenta la importancia del rol de las mujeres en el norte argentino. En el ámbito de la pintura en mural la tarea de las artistas se combina con las tareas domésticas y de cuidado, con la necesidad de "dejar las crías chicas durmiendo o acarrearlas de un lugar a otro para poder pintar de noche, que es el momento que encontramos libre para hacerlo".
Las artistas recorrieron varias ciudades de Argentina y de países limítrofes. "En Catamarca tratamos de abarcar cada territorio revalorizando el trabajo genuino de las comunidades y de los pueblos. Estuvimos en varios lugares plasmando estas luchas en los muros", explica.
Pero la pintura también se cruza con la represión. Tula pone como ejemplo el día en que estaba repintando un mural que habían hecho junto a las Uniones de Asambleas de Comunidades (UAC). "La obra se fue deteriorando con el paso del tiempo. En el aniversario de una de las caminatas lo volví a pintar, con un mensaje más esperanzador, y empezaron a reprimir. Días antes se había vandalizado la sede de la minera Agua Rica y la Policía allanó el hogar donde está pintado el mural y golpeó a los compañeros. Rasparon las paredes en el marco de la investigación por lo ocurrido en Agua Rica, porque relacionaban el color del látex con el que estaba pintado el mural con el aerosol que se había usado para vandalizar la minera".
En memoria de Sebastián Musacchio
Sebastián Musacchio tenía 22 años, estudiaba luthería y vivía en Tucumán. En las vacaciones de julio de 2009 viajó como mochilero por Catamarca junto a su novia. El 20 de julio, para celebrar el Día del Amigo, la pareja decidió junto al artista Walter Mansilla, poblador de Andalgalá, pintar un mural. "Siempre se discute la composición de un mural teniendo en cuenta los estilos, los colores y qué es lo que uno quiere transmitir. Y como salimos directamente después de comer, con una carretilla donde llevábamos las pinturas, mirábamos la pared y estábamos sin saber qué hacer", recuerda Mansilla.
A partir de la intervención de unos niños que estaban en el lugar comenzaron a construir un mural que represente la vida: cardones y naturaleza. "Era muy colorido, con mucha vida, con mucha alegría pero después quisimos reflejar con lo que nos toca luchar, que es contra la megaminería", recuerda. Entonces hubo un quiebre en el dibujo, con un árbol frondoso en el que una mitad expresaba la vida y la otra el desastre. También agregaron cuatro caras desesperadas. El mural comenzó a tornarse oscuro y negro, mostrando la destrucción del ambiente. "El mural terminaba con montañas, cardones caídos y una luna triste y gris", dice el muralista.
Unos días después, Musacchio viajó desde Andalgalá hacia las ruinas arqueológicas de El Shincal, en Belén. Allí lo mataron el 25 de julio. Su cuerpo apareció dos semanas después, decapitado e incinerado. Por el crimen, dos jóvenes baqueanos de la zona fueron condenados a prisión perpetua. "A él se lo llevaron en una camioneta de proveedores mineros", dice Mansilla. Las hipótesis que aún circulan sobre el homicidio son muchas. "Es muy confuso hablar de la muerte de Sebastián porque creo que los verdaderos asesinos no están presos", agrega y apunta a la Policía. En 2010, tras la condena, Esteban Musacchio —hermano de la víctima— dijo a los medios que aún faltaba investigar la responsabilidad de un policía de la localidad de Londres, cercana a El Shincal.
Mansilla afirma que cuando encontraron el cuerpo de Sebastián era difícil pasar frente al mural: "Lo que se pintó fue premonitorio". Sobre las paredes se habían dibujado montañas con los cardones caídos, una postal que se asemeja a El Shincal, zona de cardones milenarios pero que fueron hachados y derribados con el tiempo.
Una vez que finalizó el juicio, Mansilla y otros artistas de la zona decidieron resignificar aquella pintura. Se invitó a participar a la familia de Musacchio y se pintó el rostro de Sebastián. "A la parte gris que representaba la destrucción la pintamos en colores, porque es lo que simbolizaba Sebastián. Se restauró desde el árbol seco en adelante, que era todo gris y desesperación: eso se transformó en color. La cabeza que estaba gritando entre el fuego se transformó: ya no hay fuego sino colores que estallan. Las cuatro caras que había de desesperación se transformaron en payasos. Y en donde estaban las montañas grises se lo retrató a él", explica el muralista.
La restauración del mural tuvo como objetivo, dicen desde Andalgalá, mantener el espíritu vivo de Sebastian Musacchio que pasó por ese pueblo "dejando una estela de luz y de vida nutrida de arte y esperanza".