Por Camila Parodi y Susi Maresca*
Desde Fiambalá
El vertiginoso proceso de explotación de litio que se está implementando en Fiambalá (Catamarca) enuncia un cambio de época. Plantas procesadoras junto a hospitales, camiones y camionetas que circulan a toda velocidad por la pequeña ciudad, precios descomunales en los alimentos básicos y alquileres, precarización laboral, problemas de salud, contaminación y falta de agua son algunos de los impactos en la vida cotidiana de quienes habitan la ciudad del oeste catamarqueño.
Mientras que los primeros proyectos de explotación de litio, aprobados en el departamento de Antofagasta de la Sierra, hacen lo posible para pasar desapercibidos, ocultar sus impactos y desaparecer del mapa; en Fiambalá, el megaproyecto “Tres Quebradas” impulsado ahora por la empresa china Liex Zijin muestra una estrategia diferente y expone, de manera ostentosa, sus irregularidades, la participación de la empresa en el poder local y la violencia explícita contra quienes se oponen.
Esta impunidad permite, también, nuevas formas de relacionarse con la comunidad local. Durante el último año se realizaron diferentes denuncias contra la precarización de los trabajadores que se encuentran en el salar, relatan que muchas veces no tienen agua para higienizarse y que tampoco cuentan con el equipo necesario para manipular químicos. Una de las principales quejas realizadas por los trabajadores de la minera se centra en las condiciones laborales: bajos sueldos, más de doce horas diarias de trabajo y falta del equipamiento básico. A su vez, el destrato cotidiano de empresarios y trabajadores de origen chino con la población genera una distancia inusual en las estrategias de marketing empresarial conocidas hasta el momento.
La instalación del megaproyecto “Tres Quebradas” fue realizada inicialmente por la empresa Liex S.A. (subsidiaria de Neo Lithium, de origen canadiense) en el año 2017. Desde noviembre de 2021 es gestionado por la empresa china Liex Zijin y la población advierte cambios radicales.
El megaproyecto comprende once propiedades mineras distribuidas en más de 30.000 hectáreas y tiene como objetivo, en la primera etapa, la extracción de 20.000 toneladas de carbonato de litio por año.
La empresa Zijin es la principal productora de oro en China y apunta a convertirse en una de las tres compañías mineras principales del mundo para el 2030. Como explican desde Ruido y Fundeps en su informe de «Litio y transparencia», el gigante asiático es uno de los países que más invierte en litio en la Argentina. En conjunto, durante 2022, las provincias de Catamarca, Jujuy y Salta exportaron allí 292 millones de dólares. Con estos números se puede observar una tendencia de las empresas chinas a adquirir y gestionar proyectos de litio en el país.
Además de China, también Japón y Corea del Sur se constituyeron como los segundos principales inversores durante el año pasado. En ese marco, el caso de Fiambalá, a través de la llegada de Zijin, podría servir de ejemplo para conocer el accionar de China y sus intenciones. Un país en vías de constituirse como monopolio de la producción de litio así como en el principal exportador para sus socios del Pacífico.
El plan para los inversionistas es perfecto: extraer el litio de la zona de Tres Quebradas, un salar ubicado contra la cordillera a 100 kilómetros de la ciudad de Fiambalá, realizar el primer procesamiento allí y llevarlo preconcentrado hacia la planta (ahora en construcción), ubicada en el ingreso a la ciudad. Una vez procesado el carbonato de litio saldrá por el Pacífico a través del Paso San Francisco de Chile. Todo en una provincia que concede las libertades suficientes para que las empresas desarrollen sus proyectos y ni siquiera sean afectadas económicamente ya que tan sólo pagan el 3,5 por ciento del valor declarado.
El despertar de Fiambalá
Por su velocidad para desplazarse así como por la implicación en todos los entramados sociales de la población, se trata de un momento muy complejo para quienes defienden los territorios y resisten al avance de los proyectos extractivos. Entre ellos, está la Asamblea Socioambiental Fiambalá Despierta, un grupo de vecinos y vecinas que se organiza desde 2016, cuando comenzó a circular el rumor de la instalación de la minera. Sus integrantes explican que están tomando fuerzas luego de haber intentado impedir el ingreso de la empresa a su ciudad durante 2018. “Sabíamos que si ingresaban iba a ser peor por eso hicimos un corte entre algunas mujeres”, recuerda Nicolasa Casas de Salazar, una de las integrantes históricas de la asamblea.
Hoy la planta piloto ubicada en el centro de la ciudad, a metros del hospital, ya produce carbonato de litio. Desde la Asamblea realizaron diferentes notas para solicitar la información que les corresponde como personas que respiran el mismo aire, sin embargo no han tenido respuesta.
En noviembre de 2022, toda la población de Fiambalá estuvo enferma por más de un mes, con vómitos, erupciones en la piel, descomposturas y otros problemas similares. Por este motivo, la planta piloto fue clausurada por un tiempo pero las razones no fueron informadas hasta el momento.
En el caso de la nueva planta ubicada al ingreso de la ciudad, donde se producirá finalmente el carbonato de litio, la situación no es mejor. “Podemos ver que están haciendo más piletones de los que habían declarado, lo sabemos porque están a la vista de todo el pueblo, vemos también cómo remueven la tierra para avanzar rápidamente con la obra y cuando se levanta el viento del mediodía no podemos ver por el polvo. Están haciendo muchos movimientos y está todo flojo”, denunció el artista y asambleísta, Willie Carrizo.
Por cada tonelada de cloruro de litio se precisan dos millones de litros de agua. Para este proyecto se requerirían 40.000 millones de litros de agua por año. Para dimensionar, este consumo equivale al agua que utilizaría una persona al lavar los platos dos veces al día por más de 10.000 años. Desde la Asamblea registraron que, hasta el momento, la empresa Zijin instaló al menos tres pozos subterráneos. “Están tomando mucha agua, no hay registro histórico de cuáles pueden ser los impactos de usar aguas subterráneas y sobre todo en zonas desérticas como lo es Fiambalá”, agregó la ingeniera ambiental e integrante de la Asamblea, Lis Sablé.
Zona de promesas
“Llegaron y prometieron empleo, progreso y buenos sueldos, pero la realidad es otra y la gente está comenzando a incomodarse”, explicó Sablé. En menos de un año desde su anuncio, la planta de carbonato de litio ya se encuentra instalada y la obra avanza rápidamente. “El momento de la bondad minera es este”, explica Lis para referirse al actual contexto: “Cuando terminen la obra toda la gente que ahora están empleando se quedará desocupada”.
La Asamblea Fiambalá Despierta es un pacto generacional. En ella se encuentran luchadoras históricas con jóvenes curiosos. Mientras que unas se preocupan por el futuro de las infancias y de la vida de su pueblo, los jóvenes —en tiempo presente— eligen organizarse para ser quienes decidan sobre sus propias vidas: “Yo me acerqué a la asamblea para estar informada, para decidir si quiero vivir acá, si quiero tener hijos”, explicó Karen Perea, una joven asambleísta.
Elegir en un territorio donde el libreto ya está escrito por los intereses de las empresas mineras no parece fácil. Organizarse y visibilizarse como parte de un espacio colectivo puede implicar la pérdida de ofertas laborales tanto en espacios privados como públicos, ya que la complicidad entre esos poderes es un hecho. “Es muy difícil porque la minera se metió en la secundaria a través del pago de las becas que hacen en conjunto con el municipio, entonces los jóvenes lo ven como una única salida”, señalaron integrantes de la Asamblea.
“Hay jóvenes muy preocupados y con conciencia por lo que está pasando, pero les falta apoyo”, se lamentó Nicolasa Casas de Salazar. La productora fiambalense explicó que cada vez son más los terciarios cerrados y que los jóvenes sólo aspiran a estudiar “seguridad e higiene” o alguna ingeniería que pueda ser de interés para la minera. “Nosotros estamos pensando en las futuras generaciones. Se están llevando todo para afuera, es muy agresivo lo que están haciendo”, expresó la vecina y recordó: “Dependemos del agua, tenemos que tomar para vivir, tenemos que regar las plantitas y cuidar a nuestros animales”.
Sin humedales no hay vida
Tres Quebradas integra el sistema de lagunas altoandinas y puneñas, una zona que sostiene el equilibrio de toda una biodiversidad muy específica. Por ese motivo, es un área de protección que se encuentra determinada por la Ley 5070 de Catamarca e integra una red de humedales reconocido a nivel internacional como subsitio Sur Ramsar. En el lugar se encuentran seis lagunas que, por su ecosistema tan particular, conservan especies con problemas de conservación, como lo es el flamenco andino.
Para la bióloga e integrante de la Fundación Yuchán y del Grupo de Conservación de Flamencos Altoandinos, Patricia Marconi, los salares altoandinos “son muy valiosos para las comunidades de aves por la diversidad de hábitats que genera, por la cantidad de lagunas, sus distintas salinidades y las diferentes características físicas de los cursos de agua que existen”. Marconi explicó que cualquier modificación que se realice sobre dicho territorio “puede generar impactos irreversibles”.
La bióloga destacó que, por su capacidad de conservación del agua de manera subterránea, los salares funcionan como humedales de altura. “Los impactos acumulativos realizados por las empresas mineras como la extracción de salmuera a partir de su concentración y separación por la que se obtiene el litio, así como por la extracción de agua dulce que se utiliza para el procesamiento del mineral, no están claramente establecidos ni medidos con la capacidad de cada cuenca”, explicó. Entonces, al no tener precisiones sobre las capacidades de agua dulce y de salmuera que conserva esta cuenca se desconoce, también, el impacto real que podría traer cada proyecto en proceso.
Resistir y producir
La ciudad de Fiambalá está ubicada en un valle y es rodeada por los ríos Chaschuil y Abaucán que descienden desde la cordillera. Por los ríos y sus más de 300 años de intervención humana, el bolsón de Fiambalá se ha transformado en una enorme zona verde rodeada de desierto. Un frágil ecosistema que podría modificarse por un mínimo cambio.
Desde la llegada de la minera muchas dinámicas han cambiado, pero otras se han revalorizado. Continuidades de prácticas colectivas que resisten a la imposición del mal llamado “desarrollo”. A lo largo de la historia, familias campesinas fueron experimentando en la producción de alimentos y conocimientos especiales para ese tipo de geografía. Sus trabajos están a la vista: dalias fucsias que contrastan con la duna amarilla en el fondo de las casas; bosques nativos de chañar y algarrobo que resisten al intento del municipio de convertir la ciudad en cemento; variedades de maíces que se multiplican a través del intercambio comunitario; arquitecturas y sistemas de riegos que preservan el agua en tiempos de sequía; hectáreas y hectáreas de viñedos por los que subsistía todo un pueblo.
El chañar y la algarroba
Diego Amartino y Helena Córdoba Vélez viven en Fiambalá desde 2016, cuando comenzaron con un emprendimiento. A la vez que se instalaba un proyecto de muerte en el mismo territorio, decidieron mudarse e iniciar un proyecto productivo centrado en el uso y la revalorización de los frutos de los árboles nativos y silvestres. “Con Helena aprovechamos los alimentos que conocemos y que hemos venido aprendiendo y experimentando. Nuestra historia tiene que ver con cómo aprovechamos esos frutos y alimentos que estaban un poco olvidados y ponerlos en valor”, explicó Diego.
Sobre esa base, también, se proponen innovar y crear nuevas producciones con la agroecología como perspectiva. Hoy realizan harinas, arropes y patay de algarroba. En cada sabor le devuelven una partecita de su historia a Fiambalá.
El control del agua en manos del pueblo
Laura Del Pino es heredera de un viñedo de más de 50 años. Durante 2022 eligió volver a las tierras de su abuela para continuar con su trabajo. La situación es bastante distinta a la que recordaba de los veranos de su infancia. Antes, gran parte de la población trabajaba en la producción de uva que era vendida en los mercados. Ahora, relata, son muy pocos los camiones que salen al mercado. Explica que es muy complicada la contratación de personas que quieran continuar con la labor de viñatero.
“El otro problema es el agua, no ha habido mucha lluvia, y hubo heladas en noviembre que arruinaron parte de la producción”, señaló Del Pino. “Esto hay que lucharlo ya porque el agua que usan en la planta no puede volver ni al riego, ni a la napa, ni a nada porque está contaminada y no sabemos qué están haciendo arriba”. Para la productora, la solución es una sola: “El control del agua tiene que estar en nuestras manos”.
La lucha de las uvas
Además de participar de la Asamblea Fiambalá Despierta, Nicolasa y don Cacho son productores de uva. Las venden a la comunidad y al turismo desde la puerta de su casa. Esta decisión tiene una explicación: por un lado, se oponen a que la intendenta, Roxana Paulón (propietaria de una bodega) maneje la única mostera de la ciudad. “Ella le puso un precio general para todos los productores, está pagando 16 pesos el kilo de uva. Ni siquiera nos preguntó qué gastos tenemos para producir”, denunció Nicolasa. A su vez, al vender las uvas desde su casa Nicolasa y don Cacho cumplen con otro objetivo: encuentran la manera de hablar sobre la situación de Fiambalá con cada persona que pasa.
Su casa, ubicada en la calle principal, tiene un cartel que resume todo: “El agua vale más que el litio”. Nicolasa no descansa, mientras juega con su nieta piensa cuál será el próximo cartel que pondrá en su puerta y se imagina convocando a un gran festival para informar algo tan importante y, a la vez, silenciado: “Es simple, hay que cuidar el agua y cuidar el agua significa cuidar la vida. Los recursos que sacan, como el agua, son los que no se renuevan”.
*Publicación conjunta entre Agencia Tierra Viva, Revista Cítrica, Marcha y Sala de Prensa Ambiental.
**Esta nota es parte del proyecto fotoperiodístico «La ruta del litio: cartografía de un saqueo» realizado por Susi Maresca y Camila Parodi en el noroeste de Argentina.