Fotos: Jade Sívori
Por Jade Sívori
El bosque que nos queda relata de manera onírica la mirada de una adolescente creciendo en un valle Patagónico. Por un lado los miedos, oscuridades y fantasías donde el bosque y el lago no solo son los lugares de protección y consuelo sino también de la posibilidad de un acercamiento hacía lo mágico. Por otro lado, está presente la permanente amenaza de los incendios y las forestaciones de pino permanente en este territorio. La adrenalina de ver el fuego y sentir cómo, junto con el bosque, un pedazo de ella misma muere por dentro.
Leer con velas, linterna o luz eléctrica (si había)
Escuchar novelas radiales
Llenar las paredes revestidas en telas de arpillera con fotos.
Comer pétalos de rosa mosqueta y probar si podía volar.
Robarme una tuca para ver que sucedía si la fumaba.
Respirar de formas raras para entrar en estados alterados.
Acariciar gatos por horas . Llorar abrazada a gatos. Llorar en el bosque.
Agarrar manzanas, rellenarlas con sal gruesa y envolverlas con pasto (los tres alimentos favoritos de los caballos).
Leer la hipótesis que si uno cree algo fuertemente puede lograrlo. Luego probar de caminar arriba del agua. Ver que no funciona así.
Acompañar a mis padres a una rogativa mapuche y quedarme dormida con otros niños.
Perderme en el bosque y subirme a los cipreses para buscar alguna luz que me ubique.
Que me lleve el viento en la canoa y me quede entre los juncos. Llorar en ese lugar.
Ir a mirar incendios, desde la montaña, desde la lancha, desde la ruta.
Abrazarnos.