Por Daniela Yaccar
“Ruge el bosque y la luna da órdenes”, escribió Marosa di Giorgio en el libro Historial de las violetas (1965). El eco de la frase retumba aquí y ahora, casi 60 años después, y se entrelaza con las urgencias del momento. Tres editoras -—Javiera Pérez Salerno, Whitney DeVos y Valeria Meiller— denominaron “Ruge el bosque” a un proyecto que hunde sus raíces en la ecopoesía y muestra la cara contemporánea de este subgénero poético. Esta iniciativa, que combina literatura y ecología, abarca la publicación de una serie de antologías regionales, un podcast, intervenciones artísticas y la expectativa de crear un mapa digital.
Todo comenzó en febrero de 2022, con una convocatoria abierta dirigida a poetas del Cono Sur para que enviaran producciones ligadas a la crisis ambiental. Una selección de entre 130 trabajos derivó en el libro Ruge el bosque: ecopoesía del Cono Sur, que reúne textos de 24 autores escritos en lenguas originarias —quechua, guaraní y chaná—, español y portuñol (editado por Caleta Olivia, 2023).
“Este es un proyecto muy vivo. Un micelio”, define Pérez Salerno en la charla con Tierra Viva. Es que, luego de aquella publicación, fue ramificándose como un árbol del bosque que no para de rugir. Surgió un podcast que combina arte con un tono más informativo y que intenta llegar a las nuevas generaciones y a quienes le escapan a la poesía.
También se hicieron intervenciones en espacios culturales. Por estos momentos las editoras preparan una segunda antología, con materiales de Mesoamérica. A su vez, tienen la intención de avanzar en la creación de un mapa digital que funcione como herramienta pedagógica. Saben que el suyo es un proyecto ambicioso y muestran gran preocupación por lograr representatividad en términos de zonas, lenguas y problemáticas de cada territorio.
Ecopoesía contemporánea
“Estamos viviendo un momento de crisis de futuridad, en el que muchos teóricos, pensadores y activistas nos preguntamos cómo proyectamos un futuro cuando las temperaturas son cada vez más altas, los ecosistemas están desapareciendo y las crisis naturales se vuelven cada vez más recurrentes”, dice Meiller, quien nació en la pampa húmeda bonaerense y actualmente vive entre Nueva York y Texas. Es profesora de Desafíos Sociales y Medioambientales en la Universidad de Texas. Con esas palabras pinta el “pulso de la época” que motivó a estas tres mujeres amantes de la poesía a construir Ruge.
¿Con qué se encontraron cuando abrieron la puerta a los versos actuales sobre el tema socioambiental? ¿Sobre qué tópicos están escribiendo los artistas? ¿Y qué formas predominan? ¿Hay una conexión entre lo nuevo y la tradición? Fueron algunos algunos de los ejes de la conversación vía Zoom con este medio.
Los poemas incluidos en el primer volumen abarcan Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay y zonas de frontera. El prólogo explica que en la literatura inglesa la ecopoesía es reconocida como un subgénero y un concepto de la crítica que ha evolucionado junto con los discursos ecológicos.
En la poesía escrita en español hay antecedentes explícitos como los Ecopoemas de Nicanor Parra, de 1982, aunque “su conceptualización como género fue elusiva hasta el siglo XXI”. “Recelosas de concebir a Parra como el creador —o, peor, el patriarca— de la ecopoesía latinoamericana”, las editoras homenajean en el título de la antología a la escritora uruguaya Marosa di Giorgio. “Nos parecía el momento ideal para revalorizar, retomar este concepto”, explica Pérez Salerno, licenciada en Letras, guionista y productora digital.
Una aclaración de Meiller sirve para entender qué tipo de ecopoesía se produce actualmente. “Este no es un proyecto sobre la naturaleza. Es peligroso pensarla como algo separado de nosotros. Lo climático, el pulso ambiental, atraviesan todos los espacios. Los urbanos, rurales, marinos, los cielos. Esta no es poesía sobre la naturaleza, pastoril. No apela a la tradición telúrica de la novela de la tierra latinoamericana o una lírica de lo natural. Apela a ubicarnos en coordenadas donde esa posibilidad ficticia de pensar lo natural y cultural como ámbitos separados colapsa con el cambio climático”, analiza. Y compara: “Yo crecí en un pueblo, pero eso no me hace estar más cerca de lo natural que alguien que creció en un edificio en Villa del Parque. El domo planetario que nos contiene es el mismo”. Un ejemplo: “Raíz de cobre”, la poesía sobre mandarinas transgénicas que llegan a las mesas de la ciudad, escrita por Tuti Curani.
Poemas de distintas especies
El libro se estructura en cuatro secciones. La primera remite a la pertenencia de todas las criaturas a la tierra. Con el nombre “La tierra, al abrirse, deja salir seres innominados”, otra frase de Di Giorgio. Este apartado introduce el concepto de “potirõ”, de la cosmología y lengua guaraní, que designa el trabajo comunal signado por la cooperación y el respeto entre los miembros de una comunidad.
La segunda sección se enfoca en las multiplicidades acuáticas, poniendo a dialogar el concepto de la lengua kunza del pueblo atacama “talantur”, sobre la necesidad de que haya agua ante el peligro de la sequía. La tercera sección trata de la crisis climática. La última parte apunta a la imaginación de nuevas formas de estar en el mundo, atravesada por el término guaraní “teko porã”, que describe un estado de vida en equilibrio con el ambiente.
Hay, entre las más de 300 páginas, poemas distópicos, otros más políticos, juegos formales. Una línea en común entre varios de ellos es la idea de territorios alterados por el paso del tiempo, por la mano del hombre. Hay miradas queer (fuera de lo normativo hetero patriarcal) sobre la naturaleza, como la de Valentín Etchegaray; y reescrituras de textos estatales, como la Constitución chilena propuesta por Carlos Soto Román que abre el volumen.
Los caminos son múltiples. Las biografías de cada autor aparecen al final de sus escritos. No son, solamente, un punteo de sus logros como artistas. Cuentan dónde nacieron, cómo crecieron, por qué cosas lucharon y luchan. Así, el lector comprende el sentido de sus voces en este bosque literario de distintas especies.
El lector conoce, por ejemplo, cómo el descubrimiento de su identidad afro signa la poesía de Ana Gayoso, o cómo la participación de Gregorio Gómez Centurión —investigador de la lengua guaraní y educador popular— en movimientos campesinos de los ’60 y ’70 se filtra en sus textos.
“La idea no es simplemente pensar temáticamente cómo la poesía habla del ambiente sino, también, cómo la materialidad misma de textos y lenguas nos ayudan a pensar espacios menos evidentes del cambio climático o de los proyectos coloniales y extractivos. Porque la desaparición de lenguas siempre tiene que ver con el desplazamiento de los pueblos indígenas”, desliza Meiller.
Y añade: “Los poemas pueden hacer muchas cosas. La idea era mostrar diferentes maneras en que la propuesta fue interpretada. Hay ciertas postulaciones que la interpretaron desde un lugar lingüístico, como Fabián Severo, con el portuñol, una lengua desdeñada y de reparación del daño histórico de la Guerra de la Triple Alianza.
Natalia Garay decide crear una formalidad del poema dentro de la página, que sigue el curso de un río, el Gualeguay en su caso. Hay propuestas más líricas, como la de Aedo Jorquera, que escribe una lírica contemporánea y política del territorio, y va buscando flores, construye un espacio de preservación de espacios naturales a través de su mención.
Muchos de los textos argentinos hablan sobre los humedales, cuya normativa para protegerlos, como se sabe, está postergada. “Una de las cosas más fascinantes de la antología fue pensar cómo la poesía viene a hacer discurso en un lugar donde la legislación falla. Se convierte en su propia ley de respuesta medioambiental", explica Meiller.
Las editoras reflexionan sobre el sentido de esta antología —y del proyecto todo— en tiempos en que un hombre que niega el cambio climático conduce los destinos del país. “No podemos hacer nada contra (Javier) Milei más que lo que sabemos hacer: escribir, editar poesía, hacer arte. Trabajar en nuestros espacios para abrir la reflexión y el pensamiento. Es nuestra apuesta política. Nuestra antología es queer y feminista. Milei va contra todo lo que somos”, señala Pérez Salerno.
Otras ramas del proyecto
El segundo volumen, Ruge el bosque: ecopoesía de Mesoamérica, está en preparación. Compilará expresiones poéticas en lenguas originarias y criollas, inglés y español de la región compuesta por México, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Belice y Costa Rica. Volúmenes siguientes se enfocarán en poesía de las Guayanas y el Caribe (volumen 3), los estados andinos (4) y la cuenca del Amazonas (5).
“Para el segundo volumen fuimos a buscar los poemas, a buscar gente que está trabajando con estos tópicos. No los pedimos. Va a ser con otra curaduría”, precisa Pérez Salerno. “Es un territorio más extenso, de más países, hubiera sido muy difícil encarar una convocatoria que llegue a todos esos lugares, sobre todo por su amplia diversidad lingüística y las distintas idiosincrasias. Una de las apuestas más fuertes será esa: la diversidad lingüística”, completa.
Del podcast ya hay seis episodios disponibles en Spotify, dedicados cada uno a diferentes temas: humedales, zonas de sacrificio, aguas envenenadas, lenguas, especies en extinción, los montes. En febrero se lanzarán dos más, dando cierre a la primera temporada. Con música original de Federico Durand, el podcast es presentado como un “bosque acústico” que “preserva un momento de los ecosistemas lingüísticos, climáticos y políticos de Abya Yala/Afro/Latinoamérica a partir de sus reverberaciones sónicas”. “No se achica políticamente”, dice Pérez Salerno, que anticipa que los próximos capítulos estarán dedicados a campos y ciudades.
A ecoperformances como la ocurrida en la apertura del Festival Internacional de Literatura (Filba) en 2022, se suma otra rama del proyecto: las editoras tienen la intención de crear un mapa digital que ubique a los poetas dentro de los contextos a los que aluden los textos.
La idea es que funcione como herramienta pedagógica. Otras instancias de Ruge, como la edición del libro, han contado con apoyo de una beca Ford-Lasa y otra de investigación de la Universidad de Texas. Para el mapa se requiere de otro financiamiento.
Con todo, ante la devastación del mundo que habitamos, Ruge el bosque se propone construir un “territorio lírico de resistencia y preservación”, en el que también ruge la pregunta por el futuro.
Una muestra poética: "Un chillido para el buen paisaje"*
Una filósofa vino y dijo: acá deben ser, tienen que ser, todos Sócrates
este horizonte expande el pensamiento, dijo una filósofa.
Pero no, no con este sol que entra para abajo
con esta planicie que dibuja la misma línea siempre
el sol cae igual en las calles anchas
cae como una fuerza que aplasta y aplana
a esta pampa llana, chata y chota;
más ahora, cuando los dueños dicen:
a este verde lo hago todo igual, todo mío
estas aguas, para aquí, para allá, donde yo quiero
de estas tierras: sus nutrientes, todos míos, los exporto.
Cantan las mismas zambas los terratenientes ociosos
en las peñas: el sombrero, la guitarra y los lamentos
para decir: hay esperanza, patria y tradición.
Cantarán otras feas zambas sus futuros herederos
les llegan noticias de desamparo, pooles de siembra y traición.
Dónde, pero a qué suelo
distribuido por un pedral.
Dónde, dónde es el duelo
contra el que gana sin laburar.
No hay filosofía en la zamba, pura nostalgia.
Por eso mejor mirar al cielo,
como el de este pueblo
por ejemplo: allá cruzan los tordos
van de rama en rama chillando advertencias
solo les quedan los montes de las plazas céntricas
chillan ya no de indignación, sino en reclamo
dictan las consignas futuras, que dicen:
*Poema de Carolina Rack.