Texto: Mariángeles Guerrero
El 8 de marzo es el día de las trabajadoras: de las que siembran, de las que cuidan, de las que alimentan. Día de las manos que preparan la tierra, de las jaulas de verdura cuando nace el sol, de los pasos llegando al mercado. Días con doble jornada: la del trabajo en la casa y en la quinta, en la casa y en el mercado, en la casa y en el tambo. Trabajo silenciado, invisibilizado y a la vez imprescindible.
Esta fecha es también una jornada de lucha, memoria de la huelga de mujeres de 1908, una planta textil en Nueva York con su patrón encerrando a 129 obreras en una fábrica incendiada. El fuego de la violencia transmutó en el fuego de la resistencia. Más de cien años después, en todo el mundo amanece un nuevo llamado a pelear por vidas sin violencias. En nuestra región, la defensa del cuerpo es también la defensa del territorio: las mujeres de la tierra saben que luchar por la vida digna es plantarse contra el agronegocio y contra el extractivismo. Es cultivar sin venenos, organizarse para ayudar a otras y parar la olla juntas, hacerle frente al hambre del pueblo con la solidaridad a flor de piel.
Según datos de 2018 de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), las mujeres producen a nivel mundial entre el 60 y el 80% de los alimentos de los países en desarrollo y la mitad a nivel mundial. Pero existen estimaciones de que el 60% de las personas que padecen hambre son mujeres y niñas. Frente a esa injusticia claman hoy las productoras. En las voces de Érika, de Maritsa, de Liliana y de Soledad resuenan testimonios que se repiten a lo largo y a lo ancho del territorio. A ellas, a las trabajadoras del campo que produce alimentos, homenajeamos y abrazamos en este día.