Por azar, aquella vez iba sentada junto al conductor del bus y mientras descendíamos a Los Santos vimos un nubarrón. El hombre me dijo: “Parece que va a llover, pero no confío cuando las nubes negras están allí encima – señalando El Pozo –, lo que pasa es que el viento siempre se lleva los goterones y caen en otro lado”. Así es la mayoría de las veces y en El Pozo queda tan solo el olor que deja el agua que va a caer. En El Pozo, huele a lluvia.
Huele a Lluvia es un anhelo, es algo que falta, que siempre se espera. Sensación de ausencia, agua que no corre. Campo con sed, cuerpo endurecido. Temporal que amenaza con caer encima, inundar y saciar la sed. La lluvia les mira y les siente. Ellos temen que nunca llegue; la gente queda refundida entre nubes de rocío al amanecer.
Fotografías: Natalia Ortiz Mantilla