Por Camila Parodi y Susi Maresca*
Los caminos de la tierra son tan maravillosos como extraños, algunas veces inexplicables y otras tantas, mágicos. O, quizás, sea todo junto y a la vez.
Es allí donde los cuatro elementos —agua, tierra, fuego y aire— cobran sentido. En un tiempo y en un espacio, nos muestran paisajes y comunidades que no sólo son humanas. Cuerpos y formas en las que la naturaleza se despliega cuando el ser humano no lo invade todo, pero también cuando lo hace.
En este recorrido, elegimos narrar lo colectivo desde una primera persona que es plural. También, decidimos que las voces de los territorios son lo más importante, valioso y esclarecedor de este caminar. Por eso, de a ratos nos nombramos parte y en otros tomamos la distancia necesaria para verlo con más claridad.
Tenemos una primera certeza: es tiempo de hacer algo para no ser cómplices en este momento histórico que nos toca transitar. Un tiempo donde muchos no tienen nada y pocos lo tienen todo. Donde las mayorías son sacrificadas para sostener el privilegio de las minorías. Donde ya casi no queda planeta.
Nuestra historia no empieza por el principio, porque ¿cuál es el principio? Las historias tienen atajos, desvíos, horizontes que se corren. A veces, el principio es el final. Por eso el libro «La ruta del litio, voces del agua» se puede leer de atrás para adelante o de adelante hacia atrás. Tampoco tiene un único orden de lectura porque todas estas historias están unidas pero, a la vez, cada una es única. Una especie de “Elige tu propia aventura”.
Segunda certeza: la historia es dinámica. Nos lleva y nos trae. La hacemos. La construimos.
Nos encontramos cada una por su rumbo, pero en una misma ruta documentando lo arrasado (los impactos que produce la megaminería en las comunidades afectadas) y nos juntamos, más tarde, para esbozar una nueva ruta colectiva, como quien traza una idea, una búsqueda, un camino posible de todos los caminos posibles. Este transitar nos fue llevando por múltiples lugares que no pensábamos, que no advertíamos y que ni siquiera imaginábamos.
A veces para entender hay que detenerse, hacer un alto en la huella, reparar lo que se rompió, buscar lo que se extravió, lo que se silenció. Entrelazar, unir, escuchar, preguntar.
Tercera certeza: lo importante es escuchar.
Por eso esta ruta no va a empezar por el principio, pero sí por el origen: porque aunque no sepamos el momento exacto en el que empieza a construirse la memoria, encontramos algunos indicios, algunas pistas y queremos compartirlas.
Y sabemos que esta historia tampoco se termina acá. Porque mientras la escribimos, las comunidades que nos recibieron, y que nos mostraron sus lugares, sus cosmovisiones y sus vidas, están resistiendo en las rutas y en las calles, en los territorios más inhóspitos y en las ciudades ante el avance nefasto de lo impensado. Comunidades que defienden los bienes comunes, la tierra, el agua, el aire, las memorias que allí habitan desde tiempos antiguos. Los defienden de la depredación y la destrucción que las corporaciones, en connivencia con los estados nacionales y provinciales, llevan adelante para condenarnos una vez más a ser un país productor de materias primas a costa de nuestras existencias. Haciéndonos esclavas y esclavos de nuestro porvenir.
Cuarta certeza: las comunidades defienden los bienes comunes por todos y todas nosotras. Y para quienes no han nacido aún.
Eduardo Galeano, hace ya muchos años, decía en su libro Las venas abiertas de América Latina que la pobreza de los pueblos era proporcional a la riqueza de sus tierras. Que la historia del subdesarrollo en América Latina era producto de la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Tenía razón.
Por eso esta historia del saqueo también va a hablar del sufrimiento que produce en nuestros cuerpos, en nuestras vidas e historias que siguen siendo sometidas, explotadas, violadas, mutiladas, envenenadas, reventadas por habitar territorios donde aún queda naturaleza. Territorios donde los bienes comunes para estas y las futuras generaciones son objeto de la codicia del norte global con el fin de conservar su bienestar, como si el mundo estuviera dividido en categorías donde unos seres valen más que otros. El colonialismo de antaño se materializó en un capitalismo que utiliza el extractivismo desmesurado para sobrevivir a toda costa. A cambio, entregan promesas de progreso, espejitos de colores, contaminación, sequía, enfermedades, pobreza, desalojos y represión.
Quinta certeza: son sobrados los datos para decir que la minería de litio no es sustentable, la explote quien la explote.
Sabemos que existen muchas maneras de armar una cartografía que desnude una vez más la invasión y vulneración de derechos que sufre una gran parte de nuestras poblaciones en el norte argentino. Nosotras elegimos una posible.
En este libro nos proponemos, entonces, contar una de esas historias del saqueo. Una ruta del litio donde narrar las resistencias y existencias, las vidas que están en juego, las memorias de ecosistemas, biodiversidades y comunidades que trascienden la humanidad y que hoy están en peligro por la megaminería.
Última certeza: el agua vale más que todo.
*Para obtener el libro escribir a [email protected]