Fotos: Pablo Piovano - Texto: Marcos Adandia*
Cuánto mide el cielo, en qué mano viaja el espanto que no sé pero que igual voy, porque he visto en el brillo de la noche que el agua canta y cura, que las estrellas conversan y la luna ilumina justo lo que hay que ver.
El Canelo silencioso, respetuoso y bien amado, escucha y sube al cielo, va al encuentro de todas las muertes y todas las vidas para traer el ritmo, la cadencia de lo que continúa y es, en su secreto baila y ríe. Con su aliento y voz restablece el equilibrio en los huesos de un pueblo herido de sufrir. Busca en el misterio el resplandor del pecho-luna en la mujer, suma la luz que alcance a alumbrar lo que aún vive y respira. Siempre habrá danza y siempre habrá canto porque siempre habrá Pueblo.
Porque en la cima de aquel tronco abracé el vuelo de todos los pájaros y la mirada de mis anteriores. Y porque es posible que el perfume de la recién nacida disuelva las máscaras y los malos encantamientos.
En qué sangre y memoria se firmó el acuerdo para ver y nombrar la mitad de las cosas, la mitad de los nombres, la mitad de las palabras. Debajo de que lengua se esconde la mitad del silencio. Que levante la mano quien sostenga que aquel niño no debe ser feliz.
Cómo asomar los ojos y la mirada que está hecha de lo que siente, de lo que ve, poblada de palabras antiguas, de gestos, bocas y vidas.
En qué altar se ha sembrado el alcance de la palabra con perfume de salvia blanca. En el abrazo de mi madre, en su olor, sentí que el niño es sagrado y lo recuerdo. En la humildad de mi padre vi el sol y en mi hermano el amor y el agradecimiento.
La semilla es planta y es alimento, la familia es Pueblo traducido al alcance del sentimiento.
Toda vida es sagrada. Todo Pueblo es sagrado. Los cerros se bañan de hermosura, los rostros miran desde el árbol o la piedra.
Porque el crimen es crimen y sus autores responsables, y es cobarde y es a traición y el abuso naturalizado desgarra en el tiempo la respiración de todo lo que existe.
Ningún estatus convencional debiera ser más importante que una vida, ninguna frontera o cínico estandarte. En la infancia de nuestro tiempo y modelo, se construyó el método para la dirección de todos los crímenes, con impunidad festiva arrasaron lo sagrado de la vida, alambraron y regaron de sangre las bases de esta parte de la historia.
En un conjuro demencial caído de la fiebre sembraron una costra de maldad que con un largo brazo repitió en el tiempo y a conveniencia, la avaricia y la violencia para la deshumanización de la vida de las vidas. Con el filo del mismo cuchillo degollaron cada vez que pudieron.
Pero el miedo se ha ido muriendo en cada desalojo, en cada ultraje y en el obsceno robo de la tierra.
Veo regresar en busca de su lugar a partes del alma hasta ayer endurecidas en olvido. Vienen a ser la fuerza que sostiene el bastón y la mirada de un Pueblo.
En cuántos sentimientos se inspiran estas imágenes, este hacer de Pablo. Qué inspira el detenerse en un movimiento determinado, mirar y ver. La historia, la memoria, la urgencia de ir a los orígenes a recoger cierta calma porque el escaso consuelo no alcanza.
El fuego es todos los fuegos y es el sol, y al vientre de la madre lo besan todas las aguas, el árbol es un duende que huye del grito de sus hojas, y en todo se inscribe una palabra azul que por magia o por amor se traduce en la reunión para el Pueblo.
Por fuera del borde se abren los sentidos y todo es más grande si las manos que trabajan son iguales en todas partes, o la tensión del cuerpo que sostiene la nueva vida se dobla en reverencia al milagro.
Restando vida a las fuerzas de la vida estaremos debilitando nuestro destino. No hay como herir a la tierra sin después enfermar.
Voltear la mirada a este encuentro es ir por la salud que nos pertenece. Hay una historia que grita, con la que es necesario sincerarse y reparar. Hay fundamentos antiguos y conocimientos indispensables para la salud de nuestras emociones a punto de quebrarse en esta caja estrecha y aturdida.
Hay infinitas razones y sentires sembrados en la íntima conversación que nos proponen estas imágenes. Pablo es de amar, viaja en su transparencia la paz del mar visto de lejos, y en su cajita mágica lleva el altar y la herencia de su padre, lleva a Ofelia la grande, a Lef el bello, a la gata “Koudelka”, al espíritu del gran perro Tango, el amor, los amigos, un puñado de turquesas y un tabaco armado; siembra su sangre en el Árbol de la Vida, mira el suelo, el cielo y el agua que lleva el viento para invitarnos al encuentro de voces enamoradas y valientes, antiguas y presentes del Pueblo Mapuche. Para que ante la evidencia de lo justo y consciente se levante en la flor de la historia lo sagrado de un Pueblo. Cruza montañas y valles para respirar, para bendecirse con el soplo del cóndor y un misterio danza con él en su virtud. Mil estrellas le han dicho que tarde o temprano todos los niños y todas las niñas serán felices. Esa es su fuerza y el regalo de sus ojos. Es un derecho.
Para todas y todos, todo.
*Título original del texto: "No por miedo al dolor dejaré de amanecer"
Fotos: Pablo Piovano