Por Eduardo Azcuy Ameghino
Para las corporaciones transnacionales, el gran capital que controla la producción del sector, los terratenientes y la legión de sus voceros –pagos, vocacionales o despistados– no existe una cuestión agraria en Argentina, y supongo que en ninguna otra parte.
Ellos solamente hablan de rentabilidad, productividad, inversiones, innovación tecnológica, bioeconomía, libre juego del mercado… y de los modos de apropiar la mayor cuota posible del plusvalor social. Y poco le preocupan los seres humanos y la naturaleza, las dos fuentes esenciales de toda riqueza, que son básicamente consideradas como objetos de explotación y depredación.
Contrariamente a esta perspectiva –largamente dominante–1 desde un punto de vista que podría denominarse democrático-popular resulta indudable la vigencia de una cuestión agraria que conlleva la identificación, el análisis crítico y las posibles vías de resolución de un conjunto prioritario de problemas, entre los cuales hemos resaltado la concentración económica –del capital, la producción y la tierra– y la crisis de la pequeña y mediana producción; la vigencia de la gran propiedad territorial y su apropiación parasitaria de buena parte de la renta del suelo; las pésimas condiciones de vida y trabajo de los asalariados rurales, entre ellos los hacedores invisibles de las cosechas récord; la depredación de los bienes naturales comunes, el deterioro de los ecosistemas y del ambiente; y la situación del campesinado tradicional y los pueblos originarios, arrinconados en territorios cada vez más marginados, con inciertos o ausentes derechos sobre sus tierras, empobrecidos y menoscabados en sus culturas y tradiciones.
Si bien hemos articulado estas notas a partir de la región pampeana, resulta evidente que los puntos señalados se verifican asimétricamente en la totalidad del escenario agrario nacional y manifiestan una validez plena en el comienzo de la tercera década del Siglo XXI. En este contexto reiteramos nuevamente que los hombres y mujeres que podrían interesarse tanto en avanzar en la conquista de la liberación nacional como en la resolución de la cuestión agraria –y en muchas otras contiendas concurrentes en pos de una democratización efectiva de la sociedad– constituyen un universo mucho más amplio y heterogéneo que el conformado por quienes hoy priorizan un programa de acción puramente anticapitalista.
Un hecho sin duda decisivo, que contribuye a dotar de realismo y factibilidad a la lucha por lograr desarrollar vías de acercamiento a los objetivos planteados.
Un camino que debería ser transitado con la certeza de que cada paso solo será seguro –y habrá valido la pena– en tanto, ahora sí, no queden dudas de que la caja de Pandora no es otra sino el capitalismo, y que avanzar en destruir los males que de ella emergen implica ir regulando, debilitando y restringiendo su existencia, hasta que su muerte nos separe. Y todas las evidencias, todos los indicios, señalan que esa epopeya, en la que pueden participar tantos, solo puede ser conducida exitosamente –si es que alguien puede– por aquellos que no tienen nada que perder, y por eso no temen a los cambios radicales. Si no es así, lamentablemente, nuestra suerte será ver transcurrir la vida atrapados entre ilusiones y frustraciones.
-----
1- Eduardo Azcuy Ameghino, «El discurso apologético sobre el agro pampeano capitalista y dependiente: del modelo agroexportador a la bioeconomía productivista», en Realidad Económica (2020), Nro. 332.